El pasado 28 de noviembre, varios alcaldes europeos se reunieron en Bruselas para debatir sobre la reconstrucción de Kiev. Los puntos del día fueron la planificación de ciudades sostenibles, los servicios educativos y culturales adecuados para niños y adolescentes, la gobernanza basada en la confianza, la digitalización sostenible y la promoción de la equidad y la diversidad.
Al acto acudieron los regidores de Bruselas, Roma, Helsinki, Sarajevo y París, además del exboxeador Vladímir Klitschko en representación de su gemelo y también exboxeador Vitali, alcalde de Kiev. Algo me dice que el ucraniano asistió con la nariz tapada, armado de paciencia, asumiendo el precio a pagar por el compromiso europeo de colaborar con la reconstrucción de Ucrania.
Nadie esperaba titulares de un evento que cualquiera en cualquier rincón del planeta, salvo en tres o cuatro capitales europeas, interpretaría como grotesco, degradante e innecesario.
Y, sin embargo, la alcaldesa parisina Anne Hidalgo, que hundió al Partido Socialista hasta el 2% de los votos en las últimas elecciones generales, se ocupó de complacer a los periodistas en la sala. "Para reconstruir hay que tener un plan", dijo. "Desde París podemos ayudar con la transformación de las infraestructuras. Pasar de los coches a las bicicletas es muy interesante".
#AnneHidalgo explique au maire de Kiev qu'il doit faire moins de voitures et plus de vélos lors de la reconstruction, et lui indique qu'elle va lui faire profiter de son expérience ⤵️
— Enzo Morel (@mtwit75) November 29, 2022
(vidéo du 28/11/2022 à Bruxelles) pic.twitter.com/oIgACxaN2w
Sería injusto atribuir la culpa completa del desbarro a la alcaldesa. Los eventos sin sustancia obligan a intervenir sin nada que ofrecer, a hablar por hablar, y así terminan por ser sede de cualquier palabra. Incluso a costa de la dignidad de los millones de kievitas movilizados o evacuados, casi siempre muertos de frío y sin agua potable, con las reservas justas de alimentos y a refugio de los misiles rusos.
Lo más preocupante de Anne Hidalgo, que visitó la capital ucraniana en abril, no es su predisposición a participar en un acto diseñado, en esencia, para castigar con disertaciones de urbanismo y buena ciudadanía a una nación en guerra. No lo es, ni muchísimo menos, su esfuerzo encomiable por convertir las ciudades europeas en templos de la limpieza, la lozanía y la escrupulosidad moral de Copenhague.
Lo peor de todo es que representa, en el fondo, el signo inequívoco de los tiempos. Otro ejemplo más de la misma hipocresía de una élite occidental que pretende que los países más pobres renuncien al petróleo y el carbón por el bien del planeta. Es decir, al único mecanismo conocido para salir de la miseria. La misma élite que, en su delegación francesa, reivindica los valores inmortales de la Ilustración al tiempo que sale de gira por las mezquitas al ruego de votos.
Apenas medio año después de los saqueos a españoles e ingleses en Saint Dennis, durante la final de la Champions, París está para pocas lecciones. Quizá para recibirlas. Puede que Hidalgo conozca las virtudes de un carril bici. Pero Klitschko sabe cómo se protege una civilización diversa y, sobre todo, ecosostenible.