En España siempre hay un dylanófilo que agarra la antorcha y encabeza la carrera. Es un fenómeno muy nuestro, porque en países vecinos ocurre también pero como una hidra de varias cabezas. Nos representó durante años -y no ha renunciado a hacerlo que yo sepa Benjamín Prado (61) (el poeta que quiso ser rock star)- y ahora nos defiende mi colega Fernando Navarro, autor de Todo lo que importa sucede en las canciones (Los Aciertos Ediciones). Yo mismo me declaro con este artículo, a mi manera, cónsul horario de Robert Allen Zimmerman. Cuando parece que todo está dicho sobre Bob Dylan (81) a los dylanitas nos entran unas ganas locas de volver a revisarlo todo, y de contárselo a todo el mundo de nuevo como Zahi Hawass (75), cada seis meses, nos cuenta algo de la tumba de Tutankamón. Apunta: el último especial monográfico de la revista MOJO -menos de 15 euros- y es digno de colección.
Esta semana el mejor homenaje a Dylan se lo hizo James Austin Johnson, un clásico del Saturday Night Live, el pasado miércoles en el programa de Jimmy Fallon para la NBC; imitando en apenas 2.50 segundos todas las voces y los amaneramientos de los muchos Dylan habidos. Su favorito, y el mío, el ininteligible y gritón de con la Rolling Thunder Revue Band entre el 1975 y 1976 con músicos como Joan Báez, Roger McGuinn o T-Bone Burnett. Querido lector, pare de leer el artículo y revise primero el vídeo. Si tras las risas le quedan ganas, aquí le espero.
Dylan aun tiene rollo. Su etapa de look cowboy entre sombras -en sus conciertos el sombrero y el contraluz impiden ver al su edad- le protegen. Hellen Barret, periodista del Financial Times, hace unas semanas escribía: “Se ha hablado poco de Dylan como icono de moda a lo largo de seis décadas”. Lucas Hare, actor (tiene una breve aparición en The Crown) y autor del pódcast Is It Rolling, Bob? Talking Dylan, sostiene que fue él el que inventó el look de la estrella del rock. La incorporación del ante en cazadoras y chaquetas en sus primeros discos, el look motero de Triumph; mas tarde el maquillaje inspirado en el mimo Marcel Marceau, las camisas de lunares grandes que tanto gustaron luego a los bluesman como Buddy Guy, el rollo Nashville muy en el look sureño Clark Gable y las Ray Ban Wayfarer claro (145 euros aproximadamente). Qué sería de Dylan y de nosotros sin las Wayfarer.
Breaking news. El último libro del Premio Nobel de Literatura 2016 incluye 60 pequeños ensayos sobre las canciones que le hicieron dedicarse a esto. Escrito con una prosa de AK-47, casi con la técnica de escritura de sus propias canciones, irregular, escarpada y provocadora. El libro es una delicia para tres tipos de lectores: los adictos, los amantes de la edición gráfica -la selección de viejas fotos de los años dorados del rock & roll es memorable por poco vista y la cantidad de archivos escarbados, y para los que quieren aun encontrar canciones con las que emocionarse, los arqueólogos. Pertenezco a los tres grupos así que me he comprado dos. No se puede leer el libro sin tener Tidal o Spotify conectado al sistema de sonido o Youtube a mano. Las referencias continuas a versiones, primeras grabaciones o actuaciones en televisión que constituyen el armazón sonoro del poeta son la aportación principal. El título, Filosofía de la Canción Moderna (Anagrama, 339 páginas) me pareció al principio pretencioso. Pero tras su lectura lo encuentro fantástico y por eso lo he elegido mi regalo favorito para estas fiestas si es que tuviese que regalar a gente tan rara como yo.
Mi reseña favorita, por inesperada, la de London Calling de The Clash. “Los Clash solo sienten desde por la beatlemanía. (…) Los Clash se carcajean del loco de la colina. Un porrazo te va a abrir la cabeza mientras cantas Hey Jude. Los motores se han averiado y los Clash viven junto al río.” Imposible explicarlo mejor. ¿Para cuándo una versión de London Calling, Bob?
Ultimas noticias. Dylan ha pedido esta semana perdón. ¿Los Dioses se arrodillan? ¿Por qué? Por haber despachado ejemplares con su firma -la tradición de ejemplares firmados por el autor es bien conocida en el mercado americano, sobre todo en macro librerías como Barnes & Noble, y haber utilizado una máquina para firmarlos. Es decir, que Dylan, Bob, nuestro Bob, dijo que eso de ponerse a firmar a mano unos cuantos miles que ni de coña. Hasta que un dylanita identificó la trampa denunciando que algunos fans habían pagado por aquellos libros firmados a máquina 600 machacantes. Genio y figura. Un Nobel que firma libros a máquina. Conservo un autógrafo suyo, me lo firmó encapuchado, durante la prueba de sonido del concierto Maestros de la Guitarra en Sevilla el 17 de octubre de 1991.
Y el Nobel sigue girando. Ha decidido que los próximos conciertos serán “eventos no telefónicos” en los que la audiencia tendrá que dejar los móviles en una bolsa Yondr, un envoltorio que permanece en poder del dueño del móvil pero cerrado con una pequeña máquina como la le quita las alarmas a la ropa. El precio de cada bolsa es de dos euros que Dylan lo carga al espectador. Jack White ya había utilizado este sistema. La última vez que lo vi, en el Auditorio, unos maromos recorrían los pasillos durante los aplausos entre canción y canción, y así veinte o treinta veces, para que no se le retratase. Me parece estupendo porque soy súbdito.
No se esperan fechas para que actúe en España, pero pronto se editará Bob Dylan Fragments. Sessions (1996-1997) que celebra los 25 años del disco Time Out of Mind con nuevas mezclas del disco, descartes, versiones alternativas, grabaciones en directo entre 1998 y 2001 en formato de 5 cedés o 10 elepés o su versión mas económica de 2 CD y 4 elepés. ¿Sabías que Columbia, propiedad de la multinacional japonesa Sony Corporation, tiene una plantilla un ejecutivo de sus 109.000 empleados para ir rescatando el archivo de Dylan? Mi consejo: pídele a los reyes el caro (230 euros) que solo conseguirlo (bobdylan.com) ya te garantiza que valdrá más.