El votante que le queda a Ciudadanos recibe en el móvil la imagen de los militantes de Alicante reunidos en un McDonald’s. Pone la mejor disposición para reírse, pero no le sale. La pena no desaparece con la resignación.
El votante que le queda a Ciudadanos percibe que el partido ha recuperado mucho foco estos días. El resultado tangible ha sido un sinfín de columnas y editoriales pidiendo la disolución como la policía exhorta a los asaltantes a que salgan con las manos en alto. Se repiten palabras como “funeral” o “réquiem”.
Pero el tono está muy lejos de resultar fúnebre. Se adivina tras los textos una sonrisa condescendiente. Se suman los altos cargos del PP. En el fondo, no hacen otra cosa que desempolvar el argumentario de 2015. “Da igual que no os gustemos. Votadnos o gobernarán los malos”. La novedad está en algunas de las voces que se incorporan ahora al recitado de las mismas consignas que combatieron hace siete años. En algunos casos, pareciera que la agresividad es directamente proporcional al grado de implicación con el proyecto en el pasado.
El votante que le queda a Ciudadanos concluye que todo cambió con la moción de censura. Sí, es verdad: el mejor resultado de Rivera se produjo después de este acontecimiento. Pero la llegada de Sánchez al poder convirtió en poco tiempo al debate público en una disyuntiva. O él o la alternativa. El votante que le queda a Ciudadanos lo nota en su entorno. La papeleta en urna se ha convertido en una herramienta para el desalojo.
El votante que le queda a Ciudadanos se ha desengañado hace tiempo. Del clamor por la regeneración política de hace una década ya no queda nada. En aquel clima de opinión, el Gobierno no se habría atrevido a ejecutar sus últimas decisiones. Hoy los partidos saben que pueden aplicarse a la versión corregida y aumentada de lo de siempre.
Hay varias razones, pero una resulta especialmente descorazonadora: al electorado ha dejado de importarle. Las artimañas se critican o se ignoran en función de quién las haga. Aquel impulso por hacer arreglos en la fachada del edificio del 78 ante la arremetida de los que llegaban con la bola de demolición unió las voluntades de un amplio espectro ideológico. Hoy se mira por el retrovisor como una oportunidad perdida.
El votante que le queda a Ciudadanos se deja llevar por la nostalgia. ¿De verdad han pasado sólo tres años y medio de la celebración de abril de 2019? Ve la foto y se acuerda de Celtas Cortos. “Ya no queda casi nadie de los de antes. Y los que hay, han cambiado”. Los resultados electorales han sido inversamente proporcionales a la estabilidad de las legislaturas. Los 57 diputados dieron para unos pocos meses de parálisis. Los diez, que se quedaron en nueve, están viendo ante sus ojos una de las pocas legislaturas que exprimirá hasta la última gota del limón. Cuatro años como un via crucis con forma de circunvalación.
El votante que le queda a Ciudadanos es consciente de todos los errores que ha cometido el partido. No termina de entender a qué obedece la pugna entre Inés Arrimadas y Edmundo Bal. Cree que lo más probable es que responda a esas dinámicas de la vida interna de las organizaciones que desde fuera sólo pueden resultar incomprensibles. Las formaciones políticas son como la casa de Gran Hermano: dentro, todo se magnifica. El votante que le queda a Ciudadanos sabe que los patinazos se pagan, pero la desaparición del espacio político le parece un precio excesivo.
El votante que le queda a Ciudadanos llevaba toda la vida queriendo votar a un partido como Ciudadanos. Por eso empezó con UPyD. Abandonarla le supuso un dilema, pero comprobó que el cambio de coche triplicó la velocidad del concepto. Sabe que ahora la situación es distinta. Esta extinción ya sólo será recogida por el bipartidismo.
El votante que le queda a Ciudadanos se siente como el nuevo rico que vuelve a su situación inicial. El regreso al cuchitril tras la temporada en la mansión tiene la ventaja de sentirse en casa. En el fondo, defender la opción de moda no era lo suyo.
El votante que le queda a Ciudadanos se teme que si Ciudadanos deja de existir escuchará lamentos porque no exista un partido como Ciudadanos. Quizá entonces esboce una sonrisa pícara de “ya os lo dije yo”. Mientras tanto, seguirá siendo el votante que le queda a Ciudadanos.