La cobertura de los indicadores económicos suele ser el escenario de las más irreconciliables disparidades. Algo que parece paradójico, en la medida en que se presupone que la fría empiria ofrece una evidencia inapelable. El balance es objeto de cuadratura; el círculo, en cambio, no lo es.
Sin embargo, las distintas lecturas que han hecho los periódicos a lo largo del pantone ideológico de los últimos datos de empleo no podían ser más variopintas. Hasta el punto de que parecería que están hablando de cifras distintas.
Los medios que caen al lado diestro de la trinchera destacaban que “diciembre rompió la buena racha del empleo de 2022”, que se trata del “peor final de año desde 2012”, y que “se frena el crecimiento del empleo con el peor diciembre en una década”.
Por su parte, las cabeceras progresistas (léase más afectas a Moncloa) titulaban que “2022 cerró rozando máximos históricos de empleo”, reseñando que “el mercado de trabajo confirma su mejoría en diciembre” y que se ha registrado “la cifra de desempleo más baja desde 2007”.
Es comprensible que el tenor casi contradictorio de estos titulares suman al lector medio en una notable perplejidad. Y que le afiancen en su convencimiento, reforzado por la crisis de credibilidad del periodismo, de que es imposible formarse una opinión ajustada a la realidad en un ecosistema de medios militantes, y no gobernados por el dictum de la objetividad.
Forma parte del acervo de lugares comunes la coletilla de que, sobre un mismo asunto, un medio dice una cosa y otro, la contraria. Pero, con la excepción de las informaciones falsas o las manipulaciones, que dos redacciones expongan un mismo hecho de manera distinta no significa, en realidad, que sólo una esté diciendo la verdad.
En el caso de los datos de empleo, una mirada un poco más atenta revela que todas las afirmaciones anteriores son ciertas. El año pasado fue el de mayor afiliación a la Seguridad Social de la historia. Y, al mismo tiempo, el último mes ha sido el peor diciembre en diez años.
Sencillamente, cada cabecera pone el acento en una faceta de la realidad que es siempre caleidoscópica y poliédrica. Además, al seleccionar el foco donde se hace recaer el peso de su cobertura, un medio de comunicación está cumpliendo con su cometido de interpretar los inputs informativos brutos.
La idea de que existe una realidad objetiva, accesible en su imparcialidad, a la que se superpone una capa de ideología induce a error. Porque todo acceso a la información se hace desde unas coordenadas determinadas por la cosmovisión de cada uno que son previas a cualquier percepción.
En este sentido, existe un desconocimiento generalizado de la razón de ser de la línea editorial con la que los medios nos aproximamos a la realidad. Aquella no consiste más que en la explicitación de un marco interpretativo que es común a todos los hombres, incluidos los periodistas.
Muéstreseme un solo español capaz de recibir los datos de empleo, o cualquier otra información económica que afecte a la política, de forma absolutamente aséptica, sin un filtro de afinidades y simpatías que condicione el posicionamiento ante los hechos.
El punto de vista no es un vicio del periodismo contemporáneo, sino un rasgo constitutivo del conocimiento humano. Contraponer dato y relato es tanto como pensar que se puede escindir la grafía de las palabras de un texto del significado que denotan.
Y es que no parece demasiado justo exigir a los proveedores de información una objetividad que tampoco se puede encontrar entre los lectores.