La noticia parece ser que los jóvenes a quienes la prensa bautizó como "la manada de Sabadell" querían mucho a sus madres. Se han filtrado unos mensajes y a mí, que soy un rancio, no sé si me parece más obsceno su contenido, su exhibición o la sorpresa que parecen causar.
Amores como estos han dado nombre y sentido a grandes obras y grandes complejos. Pero no hace falta recurrir a Sófocles ni a Freud para entender el daño que puede hacer alguien que exagera, por así decirlo, el amor que siente por su madre.
La sorpresa no es culpa de la ignorancia del tópico, sino de un empache de ideología de género pretendidamente igualitaria. Una según la cual todas las mujeres son iguales y deben, por lo tanto, tratarse por igual.
Las feministas sorprendidas y sus aliados son los únicos que se han creído esa vieja excusa de quien declaraba no poder ser machista por tener madre y hermana. Del mismo modo que aquellos nazis no podían serlo porque habían tenido un amigo o un amante judío.
Pero el machista prototipo con el que trabajan en el Ministerio de Igualdad y sus afines, y que yo conocí en mi Erasmus italiano, no confunden nunca a su madre con su hermana. Ni con su novia, ni con su amante, ni con su amiga, ni con la mía. Para él todas las mujeres eran esencialmente distintas. Y a todas había que tratarlas de forma distinta y a ninguna mejor que a la mamma.
Era emocionalmente, al menos, un bebé de teta. Buscaba en todas sus amantes habidas y por haber la entrega y la devoción absolutas que sólo podría encontrar en la madre. Las acababa despreciando a todas por no estar a una altura a la que nunca podrían ni deberían estar.
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Es ingenuo y peligroso, y el origen de tantas impotencias, confusiones y exageraciones propagandísticas de nuestro feminismo, el creer y repetir que el machista, de manada o lobo solitario, mata a las mujeres por el simple hecho de serlo.
Por suerte o por desgracia, y por mucho que insistan con el chantaje moral, no pueden imponer su ideología igualitaria al machista. Porque él sabe perfectamente qué mujer merece reverencia, porque ya es suya. Y cuál es la que merece correctivo, porque nunca podrá serlo del todo.
En nombre de la igualdad, y por un exceso de celo ideológico, el periodismo lacrimógeno y la propaganda gubernamental son incapaces de reconocer la cruel diferencia que manifiestan el amor y la violencia. Y son, por eso, incapaces de proteger a las mujeres, concretas y distintas, amenazadas en particular y no en genérico, que necesitan de su protección.
Es curioso, y es sólo aparentemente paradójico, que sean quienes más presumen de proteger a las mujeres quienes acaben actuando como el padre de aquel célebre machista ibérico que, lamentando un terrible desamor, decía que todas las mujeres son unas putas, menos la reina y su madre.
"No hijo, no. Tu mamá, también", decía el padre, igualitario.