No sé si recordaremos Todo a la vez en todas partes dentro de diez años. Qué demonios: no sé si recordaremos Todo a la vez en todas partes dentro de diez meses.
La película de los Daniels ha obtenido un triunfo de los de antes. Siete premios que abarcan todo el proceso de creación cinematográfica (filme, dirección, tres intérpretes, guion y montaje) y que han sido aplaudidos a rabiar por la prensa especializada española, siempre presta a construir un discurso puramente ideológico en torno a cualquier fenómeno cultural. Hablan del regreso del cine pensado para las salas.
Lo cierto es que este título en cuestión llegó a la cartelera de nuestro país en junio sin causar demasiado revuelo. Según la página web del Ministerio, han ido a verla 98.639 espectadores. Son sólo unos pocos más que los habitantes de Santiago de Compostela.
Es posible que Todo a la vez en todas partes sea la película de una generación. Pero es seguro que no es la nuestra. El filme es una gracieta. Un experimento curioso de montaje frenético y solapamiento de universos imposible de seguir para aquellos que no crean que TikTok pueda ser considerado lenguaje audiovisual.
De ninguna manera resulta memorable. Da buenos titulares periodísticos para la sociedad hiperventilada que necesita hacer aspavientos diciendo que está haciendo Historia todos los días. Si tuviera que apostar, sería para decir que este título caerá en el mismo olvido en el que hoy habitan la gran mayoría de ganadoras de los últimos años. Lo más parecido a un clásico que ha reconocido Hollywood últimamente es La La Land y fue durante apenas un minuto.
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Íbamos con Spielberg, qué le vamos a hacer. Su Los Fabelman es una obra maestra que esperemos el tiempo ponga en su sitio (llevamos veinte años esperando a que suceda lo propio con esa joya personalísima que es Atrápame si puedes). Pero para qué va Hollywood a agradecer nada a quién tantas aficiones creó con sus trabajos.
Es mucho mejor dejar sentado a John Williams por vigesimosegunda vez desde su última victoria, hace ya 29 años.
Echamos de menos los tiempos en los que el llanto de los intérpretes ganadores era excepción y no norma. Al menos vimos gente maja sobre el escenario. Lo más parecido al homenaje que merecía Spielberg fue premiar al niño de Indiana Jones y el templo maldito.
Todo a la vez en todas partes ha merecido la pena en tanto ha servido para ver a Jamie Lee Curtis con un Óscar. Escucharla quebrarse al hablar de Janet Leigh y Tony Curtis fue un momento de emoción genuina entre tanto “eh, que aquí toca” prefabricado.
Se cumplió el pronóstico de Jimmy Kimmel en el monólogo inicial y tanto Brendan Fraser como Ke Huy Quan fueron premiados. Dos integrantes del reparto de El hombre de California (1992). La gala del año que viene debería recuperar a Pauly Shore.
La ceremonia en sí se ha dejado de experimentos. Sigue faltando cinefilia y sobrando guiños para conseguir el plácet de la mentada prensa especializada. Pero algunos pasos han ido por el buen camino. Es buena noticia que John Travolta reconozca al fin su calvicie y que las canciones nominadas vuelvan a ser interpretadas sobre el escenario.
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Gran detalle que Henry Mancini y Lalo Schifrin protagonizaran las músicas, tan fronterizas con la melodía de ascensor, de entrada y salida de los presentadores. El In Memoriam estuvo algo mejor que en los últimos años. Alguno como Ray Liotta mereció segundos de vídeo en vez de la foto aséptica.
Pero siguen a eones de distancia de aquellas piezas electrizantes con la que Hollywood honraba a sus muertos hace tres o dos décadas. Se acabaron los homenajes nostálgicos metidos con calzador pensados para complacer al público masivo. Pero qué agradable ha sido ver tan estupendos a Andie McDowell y Hugh Grant casi treinta años después de Cuatro bodas y un funeral.
Habría quien en la edición de 1952 no entendiera que El mayor espectáculo del mundo se llevara el premio gordo. Quién sabe. Quizá dentro de sesenta años estemos lamentando la derrota de la película que cuente la infancia de un director deslumbrado por el cine tras ver Todo a la vez en todas partes.