Y, de repente, Vinicius ha colado un gol inesperado en el hogar de los españoles, el del racismo. Probablemente, el más importante de su vida. De repente, en España nos damos cuenta de que somos racistas. O que, al menos, tenemos un problema grave de esta naturaleza en el país.
Yo, la verdad, ya lo sabía. Mis tres hijas son de origen chino y, como consecuencia, este asunto está encima de la mesa en la que cenamos no sé si cada noche, pero al menos cada semana. Siempre pasa algo que nos devuelve lo de siempre. La idea de este país, demasiadas veces ignorante y, con frecuencia, racista. Sé que no gusta escucharlo, pero hay que decirlo, y hay que escribirlo.
A una de mis hijas le gritó un compañero de clase bajando las escaleras del colegio: "¡quítate, china!". A otra le gruñeron "puta china" en las calles de Argüelles, en Madrid. Y tantas veces, aún más desde la aparición de la pandemia que provocó la Covid, que las señoras se alejan en los ascensores o algunos hombres las miran con desaprobación y desprecio en la cola de los restaurantes.
Por todo esto, mis hijas y muchos otros que comparten algunos rasgos de su aspecto tienen aprehensión a entrar en una cafetería de carretera en Teruel o en Trujillo, o en cualquier otro sitio de la periferia menos acostumbrada a ver rasgos asiáticos, aunque sean tan españolas como cualquiera de sus clientes. Pero ellos, claro, ni lo imaginan y, en muchas ocasiones murmuran un desagrado incomprensible que ellas, sin embargo, comprenden a la perfección, por mucho que les duela.
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Mucho tiene que cambiar este país para que quienes no parecen el estereotipo de español se sientan en casa. Mis hijas, que llevan aquí casi toda su vida, no han encontrado el confort que les corresponde y, por eso, se encuentran más cómodas en Londres, donde son una persona más y no, como les ocurre aquí, simplemente una china.
Sólo sabes que te has recuperado de una lesión física cuando se te olvida de cuál de las dos rodillas te operaron. Sólo dejaremos de ser racistas cuando miremos al verde del Bernabéu o al Metropolitano y veamos jugadores de fútbol, y no negros o blancos o latinos o asiáticos. Pero Mestalla ha demostrado que estamos muy lejos de eso.
No participó todo el estadio en la ofensa hacia el brasileño, así que hizo bien Carlo Ancelotti en pedir disculpas, pero tampoco fueron solamente tres individuos, esos que ha detenido la Policía, quienes profirieron insultos racistas a Vini. El castigo al Valencia (cinco partidos con una parte de la grada cerrada) da por comenzada esta nueva guerra a los racistas. Semejante comportamiento no puede normalizarse, ni por supuesto quedar impune.
Los ingleses, en la Premier, hace mucho que abordaron, con éxito, esta situación. Por si alguien lo olvida, siguen arrodillándose antes de empezar los partidos (como hizo también su selección en el Mundial de Catar), mostrando así su apoyo a la lucha contra el racismo.
El brasileño del Real Madrid ha generado un debate que hace mucho que era preciso. Con su gol a los racistas, España puede empezar a recomponerse en ese aspecto, tan fundamental como lo es cualquiera que trate sobre el respeto a los derechos inherentes del ser humano.
Entiendo que Ayuso o Feijóo quieran luchar contra el daño reputacional que sufre el país ("en Brasil consideran a España un país de racistas", señaló Vinicius), pero su afirmación de que España no es racista está lejos de resultar cierta.
El presidente del Real Madrid apenas tardó en acudir al rescate de su delantero estrella, y dijo que no tolerará situaciones similares. "El deporte es un lugar de valores, encuentro y convivencia, de respeto y solidaridad". La vida, Florentino, también es ese lugar.
Tenemos un país con numerosas cualidades y también con muchas otras por adquirir. La ley contra el racismo, que ya se prepara en el Ministerio de Igualdad, puede, si se redacta con acierto, ayudar a erradicar el problema del racismo en España que, no lo duden, existe.