Es un miedo ancestral. Comenzó a gestarse hace 84 años, cuando terminó la Guerra Civil, y todavía hoy exhibe un poder sugestivo en las elecciones generales democráticas. Incluso en aquellos que no vivieron la dictadura. Es un miedo ancestral… y heredado. Hablo del "miedo al fascismo", del "miedo a la extrema derecha", del miedo a Vox.
No se puede negar desde un punto de vista demoscópico. El pánico a que se convirtiera en vicepresidente ese hombre de perilla afilada que aparece en los carteles de nuestras calles mirando al infinito con gesto mussoliniano ha movilizado a millones de españoles. Acudieron a las urnas los que se quedaron en casa el 28 de mayo.
Fuimos muchos los que ridiculizamos el discurso que devolvía a Franco a las puertas de la ciudad universitaria, a punto de tomar Madrid. Nos sonaba extemporáneo, manipulador. Nos entraba la risa cuando el Gobierno glosaba como medida trascendental e ineludible, en 2023, la retirada al dictador de la medalla al Trabajo.
Tuve mucha suerte, no viví el franquismo. Mis padres sólo conocieron la segunda mitad, férrea en la censura de las libertades, pero menos asesina que la primera. Y aun así, lo veo en los resultados. En las matrices y en los números. El miedo a una extrema derecha nacionalcatólica ha impedido que caiga uno de los peores gobiernos con los que nos hemos topado
El miedo al franquismo tiene su sentido. Hubo mucho dolor, mucha muerte, mucho silencio. Conocerán ustedes a muchos votantes de derechas que se llevan las manos a la cabeza cuando ven a Vox decir que Franco no fue para tanto, que Sánchez es mucho peor y que la dictadura hizo "bastantes cosas bien".
Es verdad que en la práctica, a los de izquierdas (pero también a quienes nos sentimos cómodos con la etiqueta de liberales) les produce pavor la amenaza a las libertades civiles y a los derechos clásicos individuales: la opinión informativa, el colectivo LGTBI, la perspectiva de género, la inmigración. Pero todo eso lo abrocha un intangible mucho más poderoso: el miedo a la extrema derecha. Etéreo, inexplicable, casi religioso, pero con la fuerza de un tifón.
La ley del 'sí es sí', con sus correspondientes rebajas de penas a violadores, la inestabilidad de la coalición PSOE-Podemos, el sonrojante apoyo de Bildu a la Ley de Memoria, las mentiras del presidente, la incógnita de Marruecos. El miedo a la extrema derecha ha sido suficiente para contrarrestarlo. Muchos de quienes han dado una oportunidad a Sánchez (me atrevería a decir que la mayoría) no lo han votado a él, sino que han votado "contra el fascismo".
El PP, por ejemplo, ha visto evaporado su sueño del 28-M en las Comunidades donde ha pactado con Vox. El resultado de la izquierda en Valencia se puede calificar como espectacular. Hacer análisis con retrospectiva es cínico y ventajista, pero ¿cuántos pensamos hoy que el PP habría pujado más alto si no hubiese hecho coincidir sus acuerdos abascalianos con la campaña electoral?
Si, tomando como referencia a Chaves Nogales, aventuráramos una dictadura soviética fruto de una victoria "roja" en la guerra del 36, ese miedo ancestral en España sería del signo contrario. El PP, gobernando mal, podría movilizar a muchísima gente sólo mentando la posibilidad de que fuerzas a la izquierda del PSOE llegaran a Moncloa. Eso ocurre, por ejemplo, en Polonia y en Hungría. Allí, las últimas fuerzas totalitarias fueron comunistas. Echen un vistazo.
El otro día, Carlos Aragonés, el hombre que escribía los discursos de Aznar, me hablaba de ese "miedo a la derecha". Se mostraba pesimista. No le veía solución. Me dijo que siempre estaría en la mochila del PP. Lo estuvo en los 90 y está hoy.
Al filo de la medianoche, cuando el escrutinio ya dejaba claro que Feijóo no gobernaría España, envié un mensaje a un par de importantes dirigentes del PP. Les pregunté por las causas. Les pregunté lo que nos preguntábamos tantos. ¿Cómo es posible que Sánchez lo haya vuelto a hacer? Me respondieron con una palabra: "Vox".
Vox es un partido nacionalista que nació como reactivo al nacionalismo catalán echado al monte de 2017. Vox es el populismo que se escapó del PP. Vox son los nostálgicos de Franco que militaban disciplinadamente en Génova. Vox es un partido paradójico que tenía ciertos liberales en su seno, pero que fueron purgados en la última confección de las listas. A muchos ha sorprendido que retiraran de primera fila al entorno de Iván Espinosa de los Monteros para colocar al frente a los integristas de Buxadé.
Vox es un fenómeno mucho más complejo que el párrafo anterior. Porque hay que leerlo sobre todo en clave europea y buscar las similitudes que guarda con Meloni, Le Pen y los nacionalpopulismos europeos. Pero Vox, insisto, también encierra todo lo que hay en el párrafo anterior. Está Franco, está la sombra de la dictadura, de la extrema derecha. Y eso activa un miedo cerval, tantos años después, en el electorado español.
Para muestra, un botón. Si ese miedo a la extrema derecha no fuera tan pronunciado, no podría azuzarlo un pijo de Pozuelo, un niño bien, un burgués. Era surrealista, pero era cierto. Pedro Sánchez bailó en 2023 al ritmo del "¡no pasarán!".