Una manada más. Todas, iguales. Chicos cada vez más jóvenes, prepúberes incluso. Cada vez más envalentonados, más ansiosos, más crueles.
Ocho menores en Crevillente agrediendo de manera repetida a una joven de 13 años. Y quizá a varias más. La Guardia Civil cree que hay otras víctimas.
Ellos, los agresores, siempre de género masculino.
Cada vez más jóvenes. Cada vez más violentos.
Ellas, las víctimas, siempre de género femenino.
Y sí, la culpa es del porno. Del porno que les dejamos ver mientras los padres miramos a otro lado. Del tipo de porno que consumen. De cómo lo consumen. Y de cuándo.
De cuándo, porque los niños están viendo porno antes ni siquiera de haber descubierto su propio cuerpo. Antes de saber cómo excitarse o de haber tenido una erección, ya hay chicos que a los ocho años consumen contenido pornográfico. Sí, aquí en España.
De qué, porque ven agresiones. Olvídense, padres, de todo lo que saben de la pornografía, porque lo que se encuentran nuestros hijos (y luego buscan por iniciativa propia) no es el porno de los DVD o los VHS de hace décadas.
Lo que ven, gratis, en cualquier momento, en cualquier lugar, a cualquier hora, son videos misóginos que humillan y destrozan a las mujeres, usándolas como juguetes de su propiedad, videos que les están diciendo que la manera natural de relacionarse con las mujeres es imponiendo el deseo masculino al consentimiento femenino, es agarrarlas por los pelos entre varios, penetrarlas por todos los orificios posibles con todas las herramientas posibles, hacerlas sufrir.
En las páginas web de contenido sexual, las palabras más utilizadas para buscar videos son "violación" y "degradación". Sí, también lo hacen esos niños que cazan pokemons como si no fueran a salir nunca de la infancia, pero que a la vez se están volviendo adictos a este tipo de contenidos.
De cómo. Porque lo hacen desde cualquiera de los dispositivos móviles a su alcance. Aseguran los expertos que cuatro de cada diez niños, de nuestros hijos, desarrollarán adicción al porno, una patología que activa la misma zona del cerebro que las drogas más potentes. No se excitarán de manera natural, hay ya críos pidiendo Viagra. Necesitarán dosis cada vez más grandes de violencia para tener y mantener una erección, y no serán capaces de relacionarse de una forma natural y sana con una mujer.
Y así está creciendo la generación más adicta al sexo e hipersexualizada, pero con peor sexo de la historia. Estamos destruyendo, por omisión, el sexo de nuestros hijos. Dejando un reguero de víctimas por el camino.