Esta semana se ha desmoronado en Bruselas el último refugio que le quedaba a Pedro Sánchez. Hasta Europa está ya agotada de él.
Sánchez ha trabajado mucho para labrarse la imagen de líder con gran proyección internacional. El relato dice que le quieren más fuera que dentro. Que no sabemos la suerte que tenemos con él. Afortunadamente, la Unión Europa sí lo sabe.
Ahora que ha terminado la presidencia española del Consejo de la UE, se desvela que estos seis meses se le han hecho largos a todo el mundo.
No es para menos. Las intervenciones en el Pleno del Parlamento Europeo del pasado miércoles fueron un espectáculo lamentable.
Carles Puigdemont le leyó la cartilla a Sánchez y le dijo que nada de incumplir el pacto. Si el hombre que salió del país en un maletero y al que acabas de garantizar la vuelta por la puerta grande te amenaza en el Parlamento Europeo con "consecuencias desagradables", háztelo mirar. Tanto mejorar la convivencia a golpe de amnistía para acabar así en un Parlamento que condena el terrorismo que tú quieres perdonar.
Sumémosle a eso el lamentable rifirrafe con Manfred Weber, líder del Partido Popular Europeo. Rifirrafe en el que Sánchez no se privó de aludir al III Reich.
Un estupendo coctel de patetismo. Todo el mundo sabe que mentarle el nazismo a un alemán es una buena estrategia en las relaciones internacionales.
No hacía falta exportar nuestro bajo nivel parlamentario a Europa. Lo de que los trapos sucios se lavan en casa puede ser una pedagogía familiar que genera trauma a largo plazo, pero sería sano aplicarlo en la política.
Aparece luego Ursula von der Leyen para despedirse de la presidencia española y dice que lo que más recuerda es la belleza de las Colecciones Reales y de la Alhambra.
A Ursula, supongo, le han enseñado que mejor no decir nada si no tienes nada agradable que decir. Así que ha decidido comentar lo precioso que es nuestro patrimonio. Y yo ahí le doy la razón. Le hacen hablar un minuto más y menciona lo bien que funciona el AVE.
Sí señaló la presidenta de la Comisión Europea que el mandato de Sánchez se ha desarrollado en circunstancias muy complejas. Ni media valoración sobre cómo se ha enfrentado a esas circunstancias.
Debe ser difícil decir otra cosa de quien recibe felicitaciones de Hamás.
Sorprende que Sánchez haya comprometido así su imagen internacional. Sorprende porque era el terreno propicio para la expansión de su ego político, una vez desbordadas las fronteras de la política española.
La obsesión por el poder de Pedro Sánchez está encogiendo sus propios espacios. Tan centrado está en no perder el control que no se ha dado cuenta de que está atado de pies y manos por quienes le han concedido la posibilidad de estar al volante.
El poder que ostenta está vacío de acción política y sólo sirve para sentar a catorce ministros en la primera fila de la presentación de su libro. Presentación llevada a cabo, por cierto, con medios públicos.
Sánchez necesita exhibir permanente su poder. Porque cuando a uno no lo acompaña la legitimidad, busca todo el rato la legitimación. Necesita, por tanto, rellenar sus intervenciones políticas con conflictos. Con enfrentamientos con la oposición.
"¿Habéis visto cómo ataco a Netanyahu?".
"¿Habéis visto cómo utilizo el nazismo como arma arrojadiza contra un alemán?".
"¿Lo habéis visto?".
Pero no hay nadie aplaudiendo en las gradas. Puede que Sánchez pise tierra firme en su propio escenario. Pero se ha quedado sin público.