Hace un par de semanas, Nicolas Sarkozy se dejó caer por Madrid para presentar un libro de memorias escogidas: Los años de las luchas (Alianza Editorial). A la noticia de su llegada, solicitamos una entrevista: sin fortuna. De manera que quedó el premio de consuelo de la invitación al acto público de promoción, en un hotel lujoso y entre personalidades de la derecha española, con la oportunidad de asistir a una ficción de entrevista con una lista cerrada de preguntas. No cabía esperar grandes emociones ni menciones a las labores judiciales que condicionan el carácter de Sarkozy, más agrio desde que se mira con lupa si financió sus campañas presidenciales con los cheques de Muamar el Gadafi.
Pero a título particular esperaba con más interés las opiniones de un expresidente de la République sobre el asunto ucraniano, después de comprobar los asombrosos cambios de opinión de sus políticos desde que el terrorismo ruso se obcecó con todo el país, y no sólo con una parte. Sarkozy no dejó ideas de valor. En cambio, cumplió con lo que se esperaba de él. Su trayectoria le ampara, presumió, y celebró que hace 15 años, con el apoyo de la élite alemana, bloqueó el ingreso de Ucrania en la OTAN.
"Ucrania no tiene que entrar en la OTAN", insistió en Madrid. "Los españoles sabéis que no se debe pasar el capote por la cara del toro". Así que se guardó el capote y la bestia embistió de todos modos. "Putin se equivocó", añadió a continuación, "pero hay que parar la guerra". Así que los ucranianos deben resignarse a un país sometido, a abandonar a millones de compatriotas en los territorios ocupados: a aceptar que el destino de sus vidas corresponde a un dictador equivocado que aprenderá la lección desde la victoria.
A menudo es difícil resolver las razones de un hombre. ¿Por qué Sarkozy se mantiene en una convicción firme, pese a ser una convicción empíricamente refutada? ¿Por qué sostiene que la debilidad mitigará al imperialista, a diferencia de las ocasiones en que aprovechó las pausas para golpear con más fuerza? ¿Por qué no atiende a las amenazas de Putin, en sus últimas apariciones, cuando afirma que su misión no acaba en Ucrania?
Quizá sean 300.000 argumentos reunidos tras un acto a mayor gloria de Putin en 2018. Quizá sean los hermanos Sarkisov, quién sabe, con tres millones de razones a cambio de sus consejos para una compañía de seguros. Fue una lástima no acceder al expresidente, a riesgo de importunarlo con tres o cuatro preguntas que encontrasen al lector al otro lado, abierto a conocer quién agrupó la mitad del poder europeo durante cinco años, sin que los europeos reparasen en todo el daño causado.