Quizá pensaron que eran demasiados. Que el riesgo escalaba de nulo a moderado y se volvía inmanejable. Pero el caso es que se reunieron tantos alemanes al mismo tiempo en tantas ciudades del país que las autoridades obligaron a interrumpir algunas manifestaciones por temor a una fatalidad. Imagínese esta prudencia en Francia o España, y ya no digo en Túnez.
La anécdota no pasa del chascarrillo, claro, pero los cálculos de asistentes son estimados y asombrosos: un millón y medio de ciudadanos se reunieron este fin de semana en Múnich, Berlín y Potsdam, entre otras capitales, para protestar contra Alternativa para Alemania (AfD), el partido de extrema derecha que patrocinó el Kremlin y que reparte recomendaciones para la gestión migratoria que algunos encuentran extrañamente familiares.
Habría que remontarse a junio de 1940 para dar con los lazos de sangre entre esta y otra tormenta de ideas, cuando los alemanes discutían y comparaban planes para sacudirse de encima a millones de judíos europeos. Entonces el funcionario Franz Rademacher, en un alarde de ingenio, propuso enviar hasta cuatro millones a Madagascar, la isla más grande de África, controlada en la época por los franceses y a tiro de piedra de Sudáfrica, quizá porque no le gustaba sentirlos cerca.
En noviembre de 2023, a menos de un año de las elecciones europeas y de los comicios en varios Estados federados, empresarios, políticos de Alternativa para Alemania y otros parlamentarios acudieron a una reunión secreta para discutir otra propuesta de provecho. Pusieron sobre la mesa la mudanza "a algún país del norte de África" de dos millones de personas, lo que no incluiría a los invitados a la velada, pero sí a solicitantes de asilo, ciudadanos "no asentados" y extracomunitarios. Incluso, ya puestos, a los activistas que los defienden.
Con esta noticia, publicada por la organización investigadora Correctiv, se entienden mejor las quejas, especialmente dentro del socialismo y el liberalismo, con una hegemonía menguante. Porque en Alemania, a enero de 2024, hay un 22% de ciudadanos que votaría al AfD, es la primera opción en tres länder del este, y ningún partido de la coalición de Gobierno alcanza esos números.
Si la derecha tradicional les abre la puerta, las cuentas salen rápido. Los socialdemócratas del canciller Olaf Scholz apenas suman, según la última encuesta del diario Bild, cerca del 15% de las voluntades. Y a los alemanes les queda cerca el ejemplo de los neerlandeses, que votaron masivamente a Geert Wilders. El hombre de pelo raro ya recogió los frutos del miedo sembrado a que su cultura blanca y cristiana fuese sustituida por el imperio de la sharia.
Los liberales y los socialdemócratas europeos protestan con amargura, pues, por la derrota de sus tesis integradoras, combatidas con ferocidad y eficacia por los movimientos de extrema derecha. Pero sus partidos comienzan a asumir las contrarias, a trozos o por completo, por acción o por omisión, con un propósito de supervivencia.
¿A qué responden, si no, las celebraciones por el pacto migratorio en el Europarlamento, empaquetado como el éxito del consenso entre distintos, y el endurecimiento de las leyes domésticas en Francia, con el coste de varias dimisiones dentro del equipo de Emmanuel Macron?
Los muros son tolerables en la medida que sirven para conservar el poder. Nuestros políticos saben que la inmigración dará y quitará muchos apoyos, y tanto es así que el ECFR, uno de los laboratorios de ideas más importantes de la Unión, sostiene en su investigación más reciente que "la inmigración es el asunto más significativo para los alemanes y los votantes más longevos en Europa".
Los nacionalistas de España se aplican el cuento. El indultado Jordi Turull (Junts) se empleó a fondo la semana pasada, envalentonado por la sumisión consentida del PSOE. Dijo que a los delincuentes reincidentes hay que expulsarlos: "Da igual si llevan 15 días aquí u ocho generaciones". Pidió la gestión integral de la migración para Cataluña. Y todavía desconocemos los límites de las cesiones pactadas con el Gobierno, pero basta con unir los puntos para deducir la estrategia electoral de Junts.
Pedro Sánchez se entrega a la teatralidad cuando Vox rasca votos a costa de los niños que llegan sin padres desde Marruecos. Pero una palabra del supremacismo catalán es suficiente para que selle sus labios. Supongo que Bildu y Esquerra Republicana, que antes eran partidos sólo vivos para la ruptura de España, y ahora sólo viven para la defensa de los derechos humanos, como todo el mundo sabe, tienen algo que aportar al asunto, con palabras y con hechos, más allá de una discreta incomodidad.
Porque a los progresistas declarados les resulta insoportable cuando Vox se emplea en términos más amables para toda España, y no sólo para una esquina. Pero dejan correr el agua de sus excepciones, como muros de humo, a riesgo de que la corriente del momento se los lleve por delante.