Hace falta una escuela de oratoria, con urgencia, donde se enseñe a la mayoría de nuestros políticos a diferenciar entre enunciar palabras y una idea. Que escriban cien veces, o las que hagan falta, hasta aprenderlo de memoria, que los sentimientos no pueden elevarse a categoría de argumento.
Que uno puede decir sentirse asqueado por la corrupción y aún así ser un chorizo, porque en España no tenemos corruptos, sino chorizos. "Ande yo caliente…".
Un corrupto es un tipo con conocimientos suficientes para urdir un plan complejo en el que levantar céntimo a céntimo de una multinacional, y si lo descubren es que alguien cantó. En cambio, un chorizo, que es lo nuestro, son Koldo, Griñán y Correa. Dionis de lo público, que van a la política buscando una oportunidad y un furgón y acaban encarcelados para que se oreen.
Y luego los hay que se orean en rueda de prensa, como Ábalos y Armengol, que ya dictará un juez si metieron la mano en la caja, aunque todos los papeles de los periódicos avancen que sí.
Salen a exculparse y se inculpan todavía más porque no saben hablar. Cualquier día de estos les escucharemos decir: "Les he convocado porque me encantisiera". Y a nosotros nos encantaría que nos dejaran en paz.
Tiran piedras contra su propio tejado cuando dejan claro que no saben hablar. Es escuchar una rueda de prensa y entran ganas de meter al que sea en prisión, a ver si allí, con algo más de tiempo libre y menos distracciones, decide coger un diccionario.
Uno escucha con atención y acaba con la convicción firme de su culpabilidad, al menos en lo que tiene que ver con no saber hablar. Porque hablar es más complejo que emitir sonidos de forma ordenada.
Y aquí es donde se le descabalga a Darwin la teoría de la evolución. Hablar, que antes lo aprendían los críos por inercia, resulta que ahora la tercera institución del Estado, que es Francina Armengol, lo hace con serias dificultades.
"¿Todos listos y todas listas?", comenzó diciendo. Y ahí podía haberse terminado el entremés y nos habríamos ahorrado el ridículo posterior. Porque si el argumento más ingenioso que se le ocurre a una mujer hecha y torcida de 52 años para la defensa de su gestión es inculpar a la oposición, es que España es un país que lleva comprando el informe PISA cinco décadas lo menos.
Armengol, tercera autoridad del Estado
— Irene Robles de Alda 🇪🇸 (@IreneRAlda) March 5, 2024
“Quiero explicar bien el contexto en lo que los estoy explicando las cuestiones que voy a explicar”
Este es el nivel pic.twitter.com/quqntAIwPk
La diferencia entre un analfabeto y esto es que ella supo escribir su nombre para afiliarse al partido.
No digo que nos urja un Demóstenes. De lo de convencer ya hablamos otro día. Digo que el nuestro es un país de tartamudos: de tertulianos entrecortados, columnistas que se repiten y políticos de cuadernillo Rubio.
En Francia, los líderes se formaban en la ENA y los nuestros parecen educados por Pajares. Así se nos ha quedado el Congreso, el Senado y la Moncloa, con políticos que aunque no sepan hablar, no callan de ninguna manera.
Incluso cuando lo más prudente parecería hacerlo por su propia reputación. Pero cualquiera de ellos prefiere pasar por inepto, que no es delito, aunque sin duda es peor.