Luis María Anson dejó de ser director de ABC el 13 de junio de 1997. Un par de meses antes legó a las hemerotecas una de las portadas más lisérgicas de su etapa al frente del diario.
En la imagen, los muñecos que representaban a Ana Botella y a José María Aznar en el programa Las noticias del guiñol (Canal+). El titular decía así: "Dirigentes del PP consideran necesario poner en marcha un 'contraguiñol'". El texto nos aclaraba que "sectores cualificados" de Génova pensaban que este espacio satírico era lesivo para sus intereses, por lo que creían necesario "poner en marcha un 'contraguiñol' en otro canal".
Dada la importancia de su exclusiva informativa, el periódico estimó oportuno dedicarle un editorial titulado Marionetas contra guiñol. En él, hacía suya esa referida pretensión del partido entonces gubernamental.
El propio Anson habría calificado la reacción a su portada como de "rechifla general". Durante algún tiempo fue relativamente habitual sacarla a colación como ejemplo del ridículo que podían hacer políticos y medios afines cuando querían intrigar para contraatacar alguna producción periodística o cultural de posicionamiento crítico. (Del "contraguiñol", por cierto, nunca más se supo).
Está visto que Marx oía campanas. La farsa está condenada a repetirse como tragedia. En el momento de escribir estas líneas, nadie con una mínima autoridad ha desmentido las informaciones, ya muy numerosas, que señalan que el estado precario de la gobernabilidad de la Corporación RTVE tiene detrás el afán del poder político por colocar a un entertainer con la idea de restar audiencia a otro que, desde una cadena privada, suele criticar sus acciones.
Cualquiera se aclara. El programa conocido hace décadas por el tono blanco de su humor y la cordialidad de sus entrevistas es un nido de subversión. El espacio de las preguntas osadas, la puesta en escena underground y el título La Resistencia es el objeto de deseo del oficialismo.
La culpa es nuestra por seguir sorprendiéndonos. Hace tiempo que es palpable: la reacción airada a la crítica es el auténtico motor que pone a funcionar este gobierno. Pasa con la mayor parte de los políticos del panorama actual: ¿por qué van a dejar de hacer las cosas que hacen si hacer las cosas que hacen no les pasa la menor factura?
A Pedro Sánchez le salieron muy bien los planes en julio de 2023. En aquella campaña le faltó comparecer con medio cascarón en la cabeza para terminar de asumir el papel de Calimero.
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Buena parte de su estrategia giró en torno a la idea de que se metían mucho con él. Llegó a hablarse de "deshumanización". Hubo abundantes mohínes en la creación de opinión. (Se han echado de menos este fin de semana en el que no ha quedado prima tercera del alcalde de Madrid sin ser vejada en las redes por los defensores de la empatía y la salud mental).
Se ha normalizado la permanente fiscalización de la fiscalización. "A ver si hablamos sin crispar y polarizar, con más respeto y sin insultar, ¡fachosfera!", parecen decirnos. La lapidación pública que sucede a la caída del pulgar del poder no la esquiva ya ni Juan Luis Cebrián.
En estas, el ministro más representativo de estos tiempos le ha dado una vuelta al clipping de toda la vida. Ahora se trata de poner a empleados públicos a expurgar de las columnas de opinión (lo que ellos consideran) insultos.
No añadiremos más a la abundante cantidad de prosa que ya ha inspirado la revelación. Sí apuntaremos que esto tiene también su lado bueno para los escribidores.
Al menos, ahora tendremos garantizado un lector.