Felipe González tardó mucho en irse. Estremece escuchar hoy la reacción de los compromisarios al anuncio de su intención de dejar de ser secretario general del PSOE, en el XXXIV Congreso (1997), que parecía llamado a dirimir únicamente el futuro de Alfonso Guerra.
No renunció al escaño entonces. Es más: para arropar a Almunia fue candidato al parlamento por Sevilla en las elecciones generales de 2000. Sí: González fue diputado durante los ocho años de gobierno de Aznar. Sus primeros sucesores pueden dar fe del grado de influencia que mantuvo en el partido durante décadas.
Hoy no lo pueden ni ver.
José Luis Rodríguez Zapatero pasó sus últimos meses en política en estado de semiclandestinidad. Nunca dijo que fuera a limitarse a dos mandatos. El rápido deterioro de la economía a partir del otoño de 2008 agrió progresivamente el humor social, que terminó de tornarse funesto entre sus propios electores cuando tuvo que girar su política hacia la austeridad en la primavera de 2010.
Escuchó el clamor de su partido e hizo explícito que no repetiría en 2012 para intentar amortiguar el previsible golpe de las autonómicas y municipales de 2011. No sirvió de mucho. Tanto fue así que aquel verano anunció que adelantaba los comicios a noviembre.
No cuesta imaginar el suspiro de alivio del candidato, Alfredo Pérez Rubalcaba, cuando supo que sólo coincidiría con él en un único mitin. Durante años fue señalado como un expresidente ejemplar gracias al hecho de permanecer instalado en un mutismo casi absoluto.
Hoy es definido como el mejor revulsivo para el PSOE.
Zapatero está feliz. El logro no es menor: a medio camino entre el Constantinopla de La maldición del escorpión de jade y el flashazo de los Men in Black, ha conseguido reescribir en tiempo récord el relato de su legado.
Todo empezó hace casi un año con la reivindicación hiperventilada de su papel en el fin de ETA. (Ese que otorgó a la banda estatus de interlocutor político). Supuso un chute de autoestima en un espectro sociológico que entonces andaba alicaído.
De ahí pasó a special guest star en los actos de su partido. El trance de euforia le llevó a encarnarse en Carlos Jesús durante algunos instantes, divagando sobre "el infinito que es infinito". El resultado sorprendente de julio se tradujo en un nuevo estatus de amuleto.
Desde entonces, el expresidente se ha convertido en eso que el tópico periodístico denomina perejil de todas las salsas. De las negociaciones con Junts a las maniobras dentro de RTVE. La rumorología le atribuye cualquier movimiento que se produzca a favor de los intereses de Ferraz.
El vigésimo aniversario de su primera victoria electoral ha multiplicado su rostro sobre las mesas de novedades de las librerías. Como si fuera el ensayo más vendido en España en los últimos años, José Luis Rodríguez Zapatero se ha convertido en la "persona vitamina" del PSOE. A saber qué se escribe cuando la efeméride redonda corresponda al final de su etapa.
Hace unos meses llegó a sonar como candidato para las europeas de junio. Qué pena que sea tan difícil que lo veamos hecho realidad.
En los comicios de 2014 asistimos a la solidificación política de la protesta callejera que tres mayos antes se había quedado en el estado gaseoso. Que todo ese ciclo termine con la efigie del que dormía en el Palacio de la Moncloa aquella primavera de 2011 copando vallas y farolas de toda España sería un remate que sólo puede salir de la mente de un guionista genial.
Observar la realidad de este país ofrece espectáculos fascinantes. Como ver a los miembros de una generación aplaudir a rabiar al mismo presidente del Gobierno que no supo ver la crisis que se los llevó por delante.