Este lunes, Arnaldo Otegi quiso dejar claro que el panorama político de Euskadi "ya ha cambiado". Es un aviso a los navegantes del mar de la presbicia y la candidez, que han sucumbido al llamado de Pedro Sánchez a identificar el rédito personal del presidente del Gobierno con el bien común.
La actualización del pacto entre PNV y el PSE-EE no puede ofrecer alivio alguno. El País Vasco se seguirá consumiendo en su microclima político, cada vez más desacompasado respecto al ritmo del resto de España. Y los resultados del pasado domingo, lejos de revertir este proceso, sólo han significado una fase más de su despliegue histórico.
Es la "tendencia estructural" de la que ha hablado con razón Otegi, apreciable en la nueva aritmética parlamentaria que señaliza una sociedad "más aberzale y más de izquierdas".
No se puede olvidar que, aunque el 21-A se frustrara el sorpaso de EH Bildu, los de Otegi ya lo dieron en las generales del año pasado, que gobiernan en más municipios que el PNV y que le han recortado once puntos con respecto a las últimas autonómicas.
Que los aberzales hayan alcanzado al PNV denota que ya se ha producido un cambio trascendental en la sociología política vasca.
Aunque conserve Ajuria Enea, el PNV entrará necesariamente en una nueva etapa. La pérdida de cuatro escaños sugiere que va camino de agotarse su condición de partido atrapalotodo y sistémico, como le sucedió al PSOE andaluz en 2019.
Este desgaste de una formación constituida como una eficaz y arraigada estructura clientelar, prácticamente identificada con la Administración vasca tras cuarenta años gobernando, está llamado a seguir agravándose ante el cambio generacional. Un relevo al que quisieron corresponder todas las fuerzas concurrentes el 21-A presentando candidatos nuevos.
Bildu va camino de arrebatarle al PNV el papel de conseguidor de prebendas en Madrid, sobre el cual el partido de Andoni Ortuzar ha construido su prestigio. Aspira a usurpar su función y su imagen de partido profesional y respetable. De ahí el saneamiento de los aberzales para marcar perfil de gestor solvente, con un ingeniero anodino como Pello Otxandiano de cabeza de lista.
Bildu pretende hacer con el PNV lo mismo que ERC con la antigua Convergencia: servir de recambio para un modelo agotado. El PNV sólo ha ganado tiempo de descuento, mientras EH Bildu espera a que las nueces estén maduras y caigan por sí solas.
El plan de Otegi, como sintetizó Ortuzar en el último Aberri Eguna, es hacer "yogur con la leche que ha ordeñado el PNV".
Si Otegi se ha mostrado tan magnánimo al no rechistar siquiera por el pacto entre Andueza y Pradales es porque, en verdad, ni siquiera le habría interesado gobernar esta legislatura.
Su programa está orientado por lo que el propio exterrorista ha llamado la "paciencia estratégica". Lo ha expresado también su súcubo Otxandiano, parte asimismo de esa hipsterización de los testaferros de ETA, en su "mirada al país para el futuro": "Nos estamos preparando para gobernar".
Actualmente no se dan las condiciones para acometer un proceso secesionista en Euskadi, con un sentimiento independentista en mínimos históricos. Pero sí existen ya los mimbres, en una sociedad en la que casi tres de cada cuatro votantes son nacionalistas.
Tampoco puede EH Bildu alzarse aún como fuerza hegemónica. Pero crece sostenidamente desde 2016, tras una reconfiguración transversal encaminada a ser cada vez más competitivo en todas las cohortes poblacionales.
La coyuntura propicia para ello la ha brindado, localmente, la salida del terrorismo de la agenda pública en Euskadi, centrada ahora en cuestiones como la sanidad, la vivienda o el empleo. Y nacionalmente, la disposición del Gobierno a integrarle en su mayoría Frankenstein.
Otegi seguirá volcado en la aberzalización progresiva de Euskadi, "una subida de marea sin prisa", una infiltración discreta en colegios, universidades, la televisión pública y la política cultural. Y penetrando paulatinamente en la Administración, los sindicatos y el mundo empresarial, mediante la colocación de cuadros bildutarras cualificados.
"Somos sirimiri, y algún día seremos mar". Es la imagen con la que Otegi sintetizó durante la campaña su particular Agenda 2030, que va cumpliendo hitos con rigurosa puntualidad.
Por desgracia para los españoles decentes, Otegi es probablemente el único gran político stricto sensu en nuestro país. En ninguna otra figura se encuentran los atributos que él reúne: prudencia electoral, un proyecto de país a largo plazo, una visión estratégica, un liderazgo tractor y una ambición programática y no personal.
Que EH Bildu haya crecido dejando a un lado el eje identitario no significa, naturalmente, que no vaya a retomarlo más adelante. No serán tan torpes como para incurrir en la catetada de la vía unilateral catalana. Pero, con la connivencia del PNV, reanudarán el espíritu del Plan Ibarretxe en una negociación de "un nuevo estatus" que se planteará como el desarrollo del autogobierno y de un nuevo Estatuto de Autonomía, mientras prosigue el vaciamiento del Estado (y de la nación) en País Vasco hasta la independencia de facto.
Hemos estado demasiados años mirando hacia Waterloo, cuando el auténtico problema moraba y crecía en San Sebastián.