Si había alguna duda, el nuevo contexto político y la eclosión de las redes sociales han terminado por dar la razón a Heráclito y su afirmación de que "el carácter de un hombre es su destino". De un hombre o de una mujer, claro está.
Era así en las épocas preindustriales, y lo siguió siendo en las analógicas tras las distintas revoluciones industriales, cuando había cierta capacidad de buscar zonas de sombra en las que pasar desapercibido del escrutinio público.
Pero ahora más aún, porque no hay escape para los personajes expuestos. La ubicuidad producida por la tecnología, la polarización, el antagonismo político y las redes han conferido cierta carta de naturaleza (y facilidades logísticas) para controlar no ya la labor pública, sino la moral, la estética o el radio de acción familiar.
E incluso han extendido la creencia de que hay cierto derecho a ello, cuando no un deber inexcusable, especialmente en política. El hermano, el marido, la mujer o el padre y la madre del próximo líder de un partido grande estarán deseando que se saque unas oposiciones y se olvide de sus intenciones políticas. El "papá, quiero ser político" de 2024 me sonaría parecido al "papá, me voy de voluntario al frente" en 1914.
Los líderes políticos pagan un peaje que sólo unos pocos estarían dispuestos a abonar, y siempre con el beneplácito resignado de los suyos, no con una adhesión entusiasta. Todos sabemos lo que le espera a quien se expone. Dar un paso al frente en nuestras democracias empieza a tener un coste inasumible, lo que redunda en su propio descrédito.
Una dinámica que hace que los propios afectados por esa realidad, en muchos casos, la alimenten al proyectarla hacia el rival. En el pecado se lleva la penitencia.
Por eso, no solo carácter es destino, a decir del griego. Podríamos acotar aún más, y afirmar que la política hoy es, en esencia, carácter. Uno que permita aguantar cada día opiniones o noticias no ya críticas (va de suyo que de eso va la democracia), sino caprichosas y sesgadas, cuando no totalmente falsas, sin poder reaccionar como pediría el cuerpo o como sería de justicia hacerlo.
Esto vale hoy para el presidente del Gobierno, pero también para otros altos cargos de otras Administraciones. E incluso para empresarios, líderes sindicales o estrellas del espectáculo. La esfera pública es intolerablemente tóxica, y es independiente de cualquier deontología profesional.
No hay política sin participar en ella, pero tampoco abandonándose acríticamente a sus exigencias. En ese equilibrio paradójico se tambalean nuestras libertades.
Hay un sketch muy divertido de Saturday Night Live en el que se muestra a un imitador de Obama escuchando tranquilamente y sin variar el rictus lo que se dice de él en cadenas como Fox News.
García Page responde a las "burlas" de Puigdemont de que insinúan que la pausa de Sánchez es "estrategia": "Decir que de casa se sale llorado y lo dice quien salió de casa y de España en un capó de un coche"
— EL ESPAÑOL (@elespanolcom) April 27, 2024
👉 El presidente de Castilla-La Mancha señala que "las burlas rozan… pic.twitter.com/e8fdbxvkBx
En paralelo, en otro recuadro se muestra a otro Obama fuera de sí, reaccionando con furia e indignación como se esperaría que lo hiciera cualquier otra persona en su lugar. El Obama público frente al Obama que imaginamos real.
A este respecto, que los líderes de Junts se hayan puesto de acuerdo en esparcir la consigna de que "hay que venir llorados de casa" sólo produce estupor. Ellos, que llevan desde 2017 victimizándose de forma sobreactuada, sin la más mínima autocrítica, sin desmayo y sin pudor alguno.
En 1968, Ringo Starr dejó los Beatles durante los tormentosos días de grabación del álbum blanco. Con idea de descansar, se fue con su familia a Cerdeña, donde pudo disfrutar del yate de su amigo Peter Sellers.
Fue durante esos días cuando compuso Octopus's Garden, en cuya letra expresaba su deseo de estar bajo el mar, como los pulpos, aislado y a salvo de situaciones del exterior ante las que se sentía incapaz de reaccionar.
Tras aquel viaje, Ringo volvió, reconsideró su decisión y grabó su canción. Los Beatles duraron unos dos años más.