Las palabras importan. Las que escribimos, las que decimos, las que recitamos, cual letanía, sin entender muy bien su significado: las palabras siempre importan. Y aunque vivamos en un país en el que una vicepresidenta del Gobierno acaba una intervención con "desde el río hasta el mar" sin pestañear ni despeinarse, sin asimilar, parece ser, lo que estas palabras implican, las palabras siempre, siempre importan. Y tienen consecuencias.
Ha tenido que venir un señor con parte de la cara desfigurada, con un ojo tapado por una lente oscura porque le fue apuñalado, con la comisura del labio inferior caído, con una cicatriz que atraviesa parte de la mejilla y una mano en la que aún está recuperando la movilidad; ha tenido que venir este señor a recordarnos que lo que decimos y lo que escribimos tiene consecuencias.
Salman Rushdie ha vuelto a hablar sin autocensura, sin miedos, sabiendo muy bien lo que dice. Un arte cada vez más minoritario, cada vez más esquivo, en el que él lleva ya décadas instalado. La diana que se le puso en la cabeza después de publicar Los versos satánicos y el cristal tintado de las gafas que lleva desde agosto de 2022 bien lo reflejan.
"El trabajo de un poeta... es nombrar lo innombrable, señalar los fraudes, tomar partido, iniciar discusiones, dar forma al mundo y evitar que se duerma", escribió en el libro que le valió la fatwa.
En una entrevista reciente en la radio alemana rbb con motivo de la publicación de su nuevo libro Cuchillo, Rushdie pareció recordar aquello que escribió años atrás. Se apartó del discurso predominante en el mundillo cultural y artístico para señalar que, en lo que respecta a la realidad actual del conflicto palestino-israelí, no se está llevando a cabo un trabajo intelectual profundo. Se están diciendo cosas, se están cantando cosas, se están pidiendo cosas, pero no se está pensando en lo que se dice ni canta ni pide.
"Llevo casi toda mi vida a favor de un Estado palestino independiente. Desde los años ochenta. Pero si ahora hubiera un Estado palestino, estaría dirigido por Hamás y tendríamos un Estado similar a los talibanes. Un Estado satélite de Irán. ¿Es eso lo que quieren crear los movimientos progresistas de la izquierda occidental? No está habiendo mucho pensamiento intelectual profundo en esto, sino principalmente una reacción emocional a las muertes en Gaza. Y eso está bien, pero cuando desciende al antisemitismo y a veces incluso al apoyo a Hamás, entonces se vuelve problemático", dijo en la entrevista.
Un hilo de razón entre el ruido de la furia. Hay algo sobrecogedor en el hecho de que Rushdie haga este llamamiento, a pensar las cosas en profundidad. A darse un breve paseo por todos los escenarios posibles que podrían resultar de las decisiones que se están exigiendo, antes de lanzarse allá a donde dicte la emoción. Es sobrecogedor que esa petición de razón provenga de un rostro marcado por las consecuencias de las palabras.
Contrario a lo que dice Rushdie, no podemos saber con seguridad si, llegado el momento de declarar un Estado palestino, Hamás se haría con las riendas del poder. No lo podemos saber con seguridad, pero tampoco es una posibilidad que pueda descartar quien se precie de hacer cierto trabajo intelectual.
Y cuando se trata de un gobierno con mandatos islamistas radicales, este hombre sabe de lo que habla. Está grabado en su cara. Y, a pesar de ello, él sigue viendo, sigue hablando. Procurando evitar, como debería hacer cualquier artista, cualquier escritor, que la sociedad se duerma, señalando lagunas, señalando fraudes. Señalando que las palabras importan. Y tienen consecuencias.