Las elecciones presidenciales de este domingo en México podrían poner en juego el futuro de la democracia y la estabilidad política en el país, con enormes consecuencias para sus vecinos latinoamericanos y Estados Unidos.
Varias encuestas muestran que la candidata oficialista Claudia Sheinbaum probablemente derrote a la candidata de la oposición de centroderecha, Xóchitl Gálvez. Sheinbaum promete continuar las políticas del presidente populista de izquierda Andrés Manuel López Obrador, quien destinó una enorme cantidad de recursos estatales para ayudarla a ganar.
Gálvez me dijo en una entrevista reciente que el resultado de las elecciones dependerá del nivel de participación. Si hay una baja participación, es probable que gane Sheinbaum, porque cuenta con una gran maquinaria electoral que puede llevar a las urnas a millones de empleados públicos y beneficiarios de planes sociales del gobierno.
Por el contrario, si hay una alta participación del 63 por ciento de los votantes, o más, la oposición ganará, me dijo Gálvez. "El 63 por ciento es el número mágico. Si vota el 63 por ciento, seré la presidenta", me señaló.
La razón por la que podría estar en juego la democracia de México es que López Obrador ha propuesto una reforma para enmendar 51 de los 136 artículos de la Constitución, que de aprobarse convertiría al país en un Estado populista autoritario. Sheinbaum dice que apoyaría la reforma constitucional del presidente.
Entre otras cosas, los cambios constitucionales de López Obrador debilitarían aún más al independiente Instituto Nacional Electoral (INE), la institución de seguimiento electoral del país, que ha desempeñado un papel clave en la transición de México a la democracia. López Obrador ya le ha recortado funciones al INE, bajo el dudoso argumento de que el organismo es un derroche de dinero, algo que resulta difícil de creer a la luz de los mucho mayores gastos del presidente en obras públicas de dudosa utilidad.
Las reformas propuestas por López Obrador también incluirían un recorte del número de legisladores en el Congreso y cambios drásticos en la manera en que se eligen los jueces. En ambos casos, bajo las enmiendas propuestas por el presidente, aumentaría la influencia de su partido —Morena— en la elección de diputados y jueces.
Para aprobar su reforma constitucional, López Obrador necesitará ganar una supermayoría de dos tercios del Congreso en las elecciones del domingo. Si lo logra, podría hacer aprobar su reforma antes de dejar el poder el 1 de octubre, o dejarle esa tarea a su posible sucesora.
"El paquete de reformas constitucionales del presidente pone en grave riesgo la democracia de México", me dijo Tamara Taraciuk, una experta en Estado de derecho del centro de estudios Diálogo Interamericano. "Si se aprueba, socavaría gravemente la capacidad de las instituciones independientes para actuar como controles al poder ejecutivo".
Por supuesto, si Sheinbaum gana, siempre existe la posibilidad de que tome distancia de López Obrador, como lo han hecho muchos presidentes mexicanos en el pasado con sus predecesores.
A diferencia de López Obrador, que no habla ningún idioma extranjero ni viajó al exterior hasta una edad avanzada, Sheinbaum es una científica que hizo estudios de posgrado en la Universidad de California en Berkeley y, según reportó el Washington Post, tiene una hermana y una hija que viven en los Estados Unidos.
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Pero Sheinbaum es una activista de izquierda desde sus días de estudiante universitaria. Incluso si quisiera tomar distancia de López Obrador, se le haría muy difícil hacerlo por falta de apoyo político.
López Obrador es el fundador y líder indiscutido del partido gobernante Morena, mientras que Sheinbaum carece de una gran base de apoyo.
Más importante aún, según una nueva ley de revocación de mandato aprobada por López Obrador, Sheinbaum podría ser destituida después de dos años como presidenta. En otras palabras, será una rehén política de López Obrador, porque él podría ordenar a su partido que convoque un referéndum y la quite de su cargo.
Mi conclusión es que si López Obrador logra aprobar su reforma constitucional, México volvería a sus viejos tiempos, cuando tenía un presidente todopoderoso con pocos controles a su gestión.
Eso sólo conduciría a más corrupción gubernamental, más inestabilidad política y más problemas para todos los países vecinos.