Narendra Modi inauguró este domingo su tercer mandato consecutivo como primer ministro de la India. Un logro que sus seguidores califican de histórico. Y ciertamente lo es. Antes que él, solo Jawaharlal Nehru había logrado encadenar tres mandatos. Así que Modi y su partido, el Bharatiya Janata Party (BJP), pueden por darse por satisfechos.

Sin embargo, y pese al ambiente solemne y festivo durante el acto de jura del cargo, hay decepción en las filas del BJP. Sencillamente, porque los resultados se valoran frente a unas grandes expectativas incumplidas.

El BJP se había propuesto alcanzar los 370 escaños, superando los 303 y 282 obtenidos en 2019 y 2014 respectivamente. En ambos casos, por encima de los 278 asientos que marcan la mayoría absoluta en el Parlamento de Delhi, la Lok Sabha. De ahí que los 240 escaños obtenidos por el BJP en estas elecciones, y que suponen una pérdida de 63 con respecto a las pasadas, sepan a poco.

El primer ministro indio, Narendra Modi, durante la ceremonia de toma de posesión este domingo en Nueva Deli.

El primer ministro indio, Narendra Modi, durante la ceremonia de toma de posesión este domingo en Nueva Deli. Reuters

No en vano, uno de los principales eslóganes de la campaña de este año era "Ab ki baar, 400 paar", algo así como "esta vez cruzamos los 400". Es decir, que el BJP y sus aliados dentro de la Alianza Democrática Nacional (NDA por sus siglas en inglés) superaran los 400 escaños.

Pero la NDA se ha quedado en 293 asientos. Una mayoría parlamentaria holgada para sostener un nuevo Gobierno, pero que obligará a Modi y el BJP a negociar y pactar con relativa frecuencia. De ahí también no sólo la decepción, sino la incertidumbre. Desde su irrupción en la política en su estado natal de Gujarat a principios de siglo y su salto a la contienda nacional en 2014, Modi siempre ha gobernado en solitario. Y está por ver y testar la cintura de alguien acostumbrado a mandar mucho y pactar poco.

Sin duda, su áurea de invencibilidad se ha visto dañada, pero aún está por ver que ese daño sea irreversible. De hecho, que la noticia de estas elecciones sea que Modi no ha alcanzado la mayoría absoluta es, sobre todo, un reflejo del profundo impacto de su figura y de la transformación de la política india en esta última década. Antes de las elecciones de 2014 el consenso general era que las mayorías absolutas eran cosa del pasado (la última se había producido treinta años atrás, en 1984) e imposibles de reeditar. Y tras la irrupción de Modi resulta que no obtenerla es motivo de sorpresa y decepción.

Estos resultados obligan también a tomar con cautela los argumentos de quienes cuestionan permanentemente la naturaleza democrática de la India. Tanto los que lo hacen desde una perspectiva más sistémica y que consideran que la India nunca ha sido verdaderamente democrática, como quienes centran su crítica en el desempeño de Modi al frente del Gobierno.

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Con respecto a los primeros, basta con dar algunas cifras: 969 millones de personas (de una población total de 1.400 millones) tenían derecho a voto en estas elecciones. Es decir, más que el censo electoral de la UE y EEUU combinados y el mayor ejercicio de votación democrática de la historia. Y dadas las proyecciones demográficas, la India seguirá batiendo ese récord durante varios lustros.

Además, el sistema indio es muy garantista y la Comisión Electoral no se preocupa sólo de la transparencia y limpieza del proceso, sino de propiciar y asegurarse de que vote el mayor número posible de ciudadanos y que, desde luego, nadie que quiera ejercer su derecho no pueda hacerlo.

De esos 969 millones, más de 640 millones, la mitad de ellos mujeres, han ejercido su derecho al voto. Esto supone alrededor de un 66 por ciento de participación en unas elecciones en las que concurrían más de 8.000 candidatos, algo más de la mitad de ellos encuadrados en los 744 partidos inscritos y el resto como independientes. Todo para dirimir quiénes ocupan los 543 escaños en disputa (de los 545 de la Lok Sabha).

Y éstas son las decimoctavas elecciones generales celebradas desde la adopción de su Constitución en enero de 1950 (que incluye el reconocimiento y protección del sufragio universal, la libertad de expresión y demás principios democráticos básicos) y que han conllevado sucesivos cambios de mayorías y gobiernos por vía electoral y pacífica. Así que, por mucho que no le guste a célebres académicos de la izquierda americana filocomunista y etnocéntrica como Perry Anderson, la India es, con todas sus imperfecciones, una democracia.

Las críticas centradas en el desempeño de Modi como primer ministro tienen más enjundia. Sin duda, el líder del BJP tiene una pulsión autoritaria y puede resultar divisivo, aunque menos de lo que suele sugerir la prensa internacional. Pese a la crudeza y episodios ocasionales de violencia política y comunal, el nivel de polarización social parece menor que el que sufren EEUU, España u otras democracias del espacio euroatlántico. Los indios aún pueden discutir cuestiones políticas con su familia o amistades sin riesgo de que esas relaciones se rompan.

Igualmente, se le suele afear a Modi que no haya celebrado ninguna rueda de prensa desde que se convirtió en primer ministro, que apenas conceda entrevistas y que cuando lo hace sea con periodistas afines que nunca le ponen en aprietos. También se critica que utilice las redes sociales, donde es uno de los líderes mundiales más seguidos, para interpelar a los indios sin ninguna intermediación (ni tampoco posibilidad de réplica) o que se dirija a la juventud interactuando con influencers o con gamers. Como la comparación resulta bastante obvia, me ahorro el comentario sobre la política española para contextualizar el caso de la India.

Por no mencionar que la sorpresa y la decepción del BJP muestran que la democracia y la sociedad civil india, medios de comunicación incluidos, se mantienen en buena forma y vibrantes. Así, otro de los titulares de estas elecciones es el retorno de una oposición (re)energizada. Rahul Gandhi, bisnieto de Nehru, nieto de Indira y figura más visible del Partido del Congreso, fuerza dominante en la India desde la independencia en 1947 hasta 2014, se ha reivindicado como posible líder del país en el futuro. Por un lado, parece que pese a las mofas y críticas que desataron la Bharat Jodo Yatra y la Nyay Yatra, una suerte de tours políticos alrededor del país, han robustecido la imagen de Rahul a ojos de millones de indios.

Por otro lado, el Congreso ha articulado una coalición competitiva electoralmente. Así, la Alianza Nacional India para el Desarrollo Inclusivo (INDIA, no por casualidad, en su acrónimo en inglés) que engloba a veinticinco partidos ha obtenido 234 escaños. De ahí que durante los dos días posteriores a la publicación de los resultados se barajara la posibilidad de que trataran de obtener el respaldo de algún partido de la NDA liderada por Modi o de algunos de los 55 miembros del Parlamento no adscritos a ninguna coalición.

Que la oposición haya acariciado la posibilidad de formar Gobierno (aunque no hubiera sido nada fácil articular uno sólido y sostenible) es señal de que las elecciones han sido mucho más disputadas de lo previsto. No obstante, el Congreso ha obtenido 99 escaños, 52 más que en 2019, pero todavía muy lejos de los 240 del BJP.

La satisfacción y esperanzas del partido del Congreso se construyen sobre el varapalo del BJP en algunos de los Estados más importantes de la India. De forma destacada en el de Uttar Pradesh, el más poblado de la India con 240 millones de habitantes y donde se eligen a 80 parlamentarios, de los que 43 forman parte de la coalición opositora INDIA, que también se ha impuesto de forma contundente en otros grandes Estados como Bengala, Maharashtra, Tamil Nadu, Kerala o Punjab.

De hecho, de entre los Estados que eligen más de 25 parlamentarios, la NDA sólo se ha impuesto en Gujarat, Karnataka, Madhya Pradesh, Rajasthan, Andhra Pradesh y Bihar. Y en estos dos últimos, el triunfo no es del BJP sino de dos partidos que se han adherido recientemente a la NDA. Así, la conformación de una nueva mayoría para sostener el Gobierno de Modi descansa en el respaldo del partido Telugu Desam (TDP) liderado por Chandrababu Naidu y del Janata Dal (United) (JDU) de Nitish Kumar, el primero, Chief Minister (presidente de comunidad autónoma para entendernos) del Estado de Andhra Pradesh y de Bihar el segundo.

Mujeres indias aguardan para votar en las elecciones generales el pasado 19 de abril.

Mujeres indias aguardan para votar en las elecciones generales el pasado 19 de abril. Reuters

El pasado viernes, ambos mostraron públicamente su respaldo a Modi como candidato a primer ministro de la NDA. No habrá sorpresas a corto plazo. Pero es previsible que reclamen un precio alto en forma de concesiones para sus respectivos Estados para mantener su apoyo, más allá de los probables dos ministerios que obtendrán cada uno en el nuevo Gobierno.

Y conviene no olvidar que, por ejemplo, el JDU formaba parte de INDIA hasta enero de este año y el propio Nitish Kumar sonaba como posible candidato a primer ministro de la coalición opositora o que, en clave más personal, respaldó al BJP y la NDA desde mediados de los años 90, hasta el salto de Modi a Delhi en 2014.

Modi se ha mostrado conciliador y dialogante con todos los miembros de la NDA desde la publicación de los resultados y, sin duda, hará todo lo posible por mantener la coalición, pero la relación entre él y Kumar ha sido complicada en el pasado. Y con Naidu, que le llamó "terrorista" en 2019, la relación no ha sido mucho más sencilla.

De esta manera, la India retorna, aunque todavía matizadamente, a las coalition politics que marcaron las dos décadas precedentes al ascenso de Modi al poder y cuyo recuerdo es ambiguo entre los indios. Eran (son) un reflejo de la genuina diversidad y pluralidad de un país-continente, pero, al mismo tiempo, imponían una barrera casi infranqueable para la adopción de reformas ambiciosas. Y esa frustración colectiva con la fragmentación política es la que aupó a Modi al poder y generó la fiebre alrededor de su figura. Los indios demandan una prosperidad creciente e imparable. Y Modi encarnó, y aún lo hace para muchos, esa expectativa.

Hay dos escaños que, quizás, resumen bien lo sucedido en estas elecciones y lo que se avecina. El primero es el de la parlamentaria, Geniben Thakor, que ha obtenido su escaño en Gujarat. El único para el partido del Congreso en el feudo de Modi que se ha hecho con los 25 restantes. Resulta simbólico porque desde el 2014 el BJP se ha hecho con todos los escaños en disputa en las elecciones generales y con mayorías absolutas abrumadoras en las regionales. Así que una primera pica en Flandes para el Congreso.

El otro, acaso más relevante y revelador, es el fracaso del BJP en la circunscripción de Faizabad, que incluye la ciudad de Ayodhya donde, en enero, Modi inauguró un templo dedicado al dios Ram, poniendo fin, quizás, a una disputa de siglos.

Sin entrar en muchos detalles. En el siglo XVI, los invasores mogoles construyeron una mezquita sobre el antiguo templo del dios Ram y, para los hindúes más devotos, lugar literal de su nacimiento. El asunto ha generado polémicas y tensiones desde el siglo XIX y, en tiempos modernos, disturbios entre hindúes y musulmanes. Tras décadas de litigio, el Tribunal Supremo de la India autorizó la reconstrucción del templo de Ram y la reubicación de la mezquita en otro lugar.

Devotos indios y participantes en la ceremonia del templo del Señor Ram en Ayodhya, Uttar Pradesh, India, el 22 de enero de 2024.

Devotos indios y participantes en la ceremonia del templo del Señor Ram en Ayodhya, Uttar Pradesh, India, el 22 de enero de 2024. EFE

El nuevo y espectacular templo ha costado (en teoría sufragado con donaciones privadas) alrededor de 300 millones de dólares, en un país que tiene aún importantes bolsas de pobreza. De ahí que, pese a la fanfarria de la inauguración, el asunto haya resultado contraproducente electoralmente, al menos, localmente.

Para estupefacción del BJP, el candidato opositor se ha hecho con el escaño en disputa. Aún no disponemos de los datos necesarios, pero todo apunta a que las minorías más empobrecidas (dalits y OBCs) han decantado la balanza ya que, al contrario de lo esperado, no se han visto beneficiadas por esta construcción.

Es decir, que los "asuntos del comer" han pesado más que las cuestiones identitarias y religiosas. O en lenguaje estándar de ciencia política: el bread-and-butter se ha impuesto a las identity politics. De hecho, el aumento de la tasa de desempleo, superior al 8% y que afecta sobre todo a jóvenes, ha sido probablemente uno de las variables fundamentales para explicar el (parcial) varapalo de Modi y el BJP.

En cualquier caso, con sus 28 Estados y 8 territorios de la Unión, la India casi siempre tiene alguna elección importante a la vuelta de la esquina. En los próximos catorce meses habrá elecciones en los Estados de Maharashtra, Jharkhand, Haryana, Bihar y la capital, Delhi. Así que habrá oportunidad para validar si esta y otras hipótesis son correctas o no. Y, sobre todo, para testar la solidez y viabilidad del tercer mandato del, ahora aparentemente mortal políticamente, Narendra Modi.