9-J: un doble plebiscito sin sorpresas
Los resultados de las elecciones permiten sostener distintos relatos sobre la disyuntiva bajo la que se plantearon tanto a nivel europeo como nacional.
Tras cinco años marcados por los debates en las instituciones comunitarias (desde la gestión de la pandemia o la guerra de Ucrania hasta el reparto de los fondos Next Generation) y por constantes afirmaciones de la necesidad de una autonomía estratégica que subraye la posición soberana de la Unión Europea entre los grandes actores globales, los europeos seguimos votando como ciudadanos de nuestros países, a menudo ajenos a cualquier emoción ante los memoriales del desembarco de Normandía.
Y si atendemos al auge de opciones euroescépticas o reformistas en un sentido soberanista, parece que muchos europeos prefieren que esto sea cada vez más así.
Hay serias dificultades para ligar el contexto nacional con el europeo, sobre todo en los países que, como España, Portugal o Polonia, han celebrado elecciones de un año a esta parte, y en los que los comicios europeos funcionan como una suerte de reválida o prospectiva de la fuerza de sus gobiernos.
Pero en estas elecciones, tal vez más que nunca, la disyuntiva común era nítida. Se trataba de consolidar o de atajar el notable auge de partidos de derecha radical que observamos en los parlamentos nacionales en este último lustro.
De nuevo, la cuestión se ve distinta en aquellos Estados gobernados por líderes de la genéricamente llamada extrema derecha (Hungría o, sobre todo, Italia, tercer país más relevante en términos económicos y de aportación de diputados) que en aquellos en que dicha opción política está en la oposición, pero en fulgurante crecimiento.
Este segundo caso es el de Austria, donde gobiernan en coalición los Verdes y Populares, pero donde la victoria en las europeas fue para el Partido de la Libertad (FPÖ).
En Alemania, primera economía de la región, gobiernan los socialdemócratas del SPD en coalición con verdes y liberales, pero las elecciones europeas colocan como primera fuerza a la CDU, seguida de Alternativa por Alemania (AfD), tal vez la fuerza más escorada a la derecha.
A propósito de la Agrupación Nacional de Le Pen, hoy sabemos que su holgada victoria sobre el partido de Emmanuel Macron ha llevado a este a disolver la Asamblea Nacional y convocar elecciones legislativas.
Y si bien es cierto que el voto a Le Pen se puede considerar en buena medida un castigo al presidente, y que el sistema de doble vuelta volverá a frustrar probablemente las intenciones de la líder de la extrema derecha, la distancia es lo suficientemente notable como para replantear radicalmente la coyuntura política en el país vecino.
Un caso similar encontramos en los Países Bajos, donde a una victoria socialdemócrata sigue el auge notable del partido de Geert Wilders.
Este sumario de la situación de algunos de los principales países de la Unión contribuye a explicar los resultados provisionales que hemos conocido este domingo por la noche: como vaticinaban buena parte de las encuestas, el PPE ha resultado claro vencedor, con 186 eurodiputados sobre 720 totales, seguido del grupo socialista, que ha obtenido 133.
"Asistiremos a distingos y a normalizaciones desde el centroderecha de lo que hasta hace poco se presentaba como un riesgo inasumible para la UE"
El mayor descenso lo han registrado, respectivamente, los liberales de Renew (82 escaños, 20 menos que en los anteriores comicios) y los Verdes/ALE (que se quedan en 53, 18 menos que en las anteriores elecciones europeas). Gana un escaño ECR, que se sitúa en 70, y destaca el aumento en once representantes de ID, hasta situarse en los 60.
Sumando ECR e ID tenemos 130 representantes de la derecha radical, que son más si contamos los que aportan Orbán, la AfD y otros partidos que figuran entre los no inscritos. De este modo, y si se tomase la categoría "extrema derecha" en su sentido más amplio, esta sería la segunda fuerza de la UE.
Se ahonda, así, en una tendencia de más de una década. Si en 2009, de una alianza entre tories británicos y derechistas polacos (Ley y Justicia), nació el Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), tras las elecciones de 2014 el Parlamento Europeo contó con 73 representantes de la extrema derecha, lo que puso fin a una historia de disgregación y alianzas efímeras.
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— EL ESPAÑOL (@elespanolcom) June 9, 2024
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Pero el punto de inflexión fue el año 2019, que coincide con la fundación del Grupo Identidad y Democracia. Por primera vez en cuadro décadas se quebró la mayoría absoluta de populares y socialistas en el Parlamento Europeo, circunstancia que sólo se pudo remediar con el apoyo de dos fuerzas hoy en declive, los Verdes y los Liberales del Renew Europe de Macron.
La cuestión más relevante sigue sin esclarecer: ¿contribuirá Meloni a la difícil reelección de Ursula von der Leyen (PPE), correspondiendo la estrategia de normalización de ECR que también hemos visto en España? ¿O tomará la mano de Le Pen y Orbán para conformar un supergrupo con ID y fuerzas no alineadas?
Aún es pronto para saberlo. Y, sin embargo, parece que la primera de las dos opciones tiene más visos de prosperar, porque el notable ascenso de la facción de Le Pen podría amenazar el liderazgo de la presidenta italiana.
En todo caso, parece claro que asistiremos a distingos entre las fuerzas a la derecha del centroderecha y a normalizaciones de lo que, hasta hace poco, se presentaba como un riesgo inasumible para el continente. El PPE contará, probablemente, bien con un nuevo socio, bien con un as en la manga en la negociación con socialistas, verdes y liberales.
Pero analizar unas elecciones europeas es tanto como asomarse a dos plebiscitos distintos. Y si estos comicios introducen un posible cambio de modelo en lo concerniente a la construcción europea, en España nos asomamos a un referéndum sobre Pedro Sánchez (en esto han alcanzado un acuerdo la oposición, que lanzó el marco, y La Moncloa, que lo recogió gustosa) y a una cuestión de intensidad: "sensatez o Sánchez" en Génova, "Sánchez o fascismo" desde Ferraz.
"Un revulsivo europeo era crucial para un Pedro Sánchez que ha hecho de la política internacional un baluarte de su imagen pública"
La operación (convertir unas europeas, con sus muchas particularidades y tras un ciclo electoral autonómico, en el adelanto de unas elecciones generales) era arriesgada para Feijóo. Enseguida comenzaron los ajustes de expectativas, los bailes de cifras y los sudores fríos por si el referéndum se les volvía en contra, como un recuerdo de las anteriores elecciones generales, cuando una victoria en votos se tornaba en una derrota ampliada por el optimismo inicial de la oposición.
Resulta difícil decir a partir de qué diferencia de puntos el PP podía usar su victoria europea para hacer tambalear la legitimidad del Gobierno, cuánta había de ser la que justificase un cuestionamiento del liderazgo del Feijóo (¿uno o dos puntos arriba, un empate técnico?) o qué distancia convertía la estrategia en un inmenso error.
Desde el Gobierno, la elucubración era qué porcentaje servía para salvar los muebles y cuál daba impulso a una legislatura complejísima. Un revulsivo europeo era crucial para un Pedro Sánchez que ha hecho de la política internacional un baluarte de su imagen pública, y que necesitaba de un balón de oxígeno para impulsar proyectos como el de su anunciada "democratización" de las estructuras del Estado.
[Feijóo se afianza como alternativa y Sánchez se tambalea tras el batacazo de Yolanda Díaz]
Pero el resultado de las europeas se ha quedado en terreno fértil para los discursos de ambos líderes. El PP ha obtenido una ventaja de cuatro puntos sobre un PSOE que sólo pierde un representante (22 eurodiputados frente a 20), seguido de Vox, con seis eurodiputados, mientras Podemos y Sumar obtienen dos y tres representantes respectivamente, lo que debería poner en serios apuros a Yolanda Díaz.
Entra la agrupación de Alvise Pérez con tres eurodiputados, confirmando lo que venían señalando las encuestas, y planteando la cuestión de adónde irán sus votantes en unas futuras elecciones generales. Junts pierde dos representantes hasta quedarse en uno.
Así las cosas, se entiende la celebración en Génova, que servirá para que Feijóo siga liderando la oposición, pero no para convencer de un cambio de tendencia en España. Y mientras Feijóo no acaba de despegar, es probable que un Sánchez al que estos resultados debieran llamar al comedimiento invoque una victoria de su bloque y la épica de la resistencia a la derecha y la ultraderecha en medio de un bombardeo mediático y judicial contra su entorno.
Seguirá habiendo un gobierno débil y una oposición dividida, y volveremos a hablar de Cataluña.
*** Pedro Lecanda es escritor.