Antes (es decir, hasta ayer), cuando una se enamoraba, miraba los likes de Twitter del paisano que fuera. Ahora Elon Musk lo ha prohibido, como todo lo excitante. Esto ya se siente un siglo sin espionaje. Está mal decirlo, claro, pero es casi verano y hay que quitárselo todo de encima, empezando por la ropa.
Con la infamia que puebla el mundo, enamorarse un poco y hacer el canelo no me parece nada de lo que avergonzarse.
Yo reconozco que me he metido en esa pestañita del diablo para intentar escrutar el cerebro de quien amaba, anémica perdida de información. Las cosas del queré son en verdad las cosas del conocimiento. Nunca se sabe suficiente de lo que uno adora, porque lo que uno adora siempre está creciendo. Y está bien que así sea, está bien que lo bueno mute y se nos escape. Esa es la belleza y el vértigo. Un deseo escurridizo a todas horas.
Quedamos muy expuestos en las cosas que nos gustan. Quisiéramos ser cartógrafos de lo nuestro, es decir, de la tía o del tío preferidos, quisiéramos extenderles sobre la mesa del comedor como un mapa de pasado y de sexo y localizar siempre la última caverna que guardó el tesoro.
Nos volvemos recolectores de minucias, de gestos, de sarcasmos negros, de simpatías.
Es una tontería, al final, y ya lo explicó Salinas, que de afectos manejaba un poco: "El alma tenías tan clara y abierta / que yo nunca pude / entrarme en tu alma. / Busqué los atajos / angostos, los pasos / altos y difíciles... / A tu alma se iba / por caminos anchos".
A partir de ahora para conocer al otro tendremos que hacer algo horrible, algo de verdadero mal gusto: preguntar. Nunca se nos ha dado muy bien. Uno sabe que preguntar es enseñar las cartas y cuando se enseñan las cartas, se acaba el juego. Será agotador buscar otras formas de bordear lo que se ama.
Arsuaga decía que el cotilleo es biológico, que es supervivencia. Eso nos da una pátina de respeto, dentro de esta búsqueda loca de fantasmas. Somos la honorable especie de la vieja del visillo, y en esta ocasión, esa expresión no es sexista ni misógina, sino un piropo como un templo. La información que captamos nos sirve para elegir y para vivir lo mejor posible. Para querernos algún rato sin despedazarnos, rayanos en el beso.
Un like siempre sienta bien, incluso ahora, o sobre todo ahora, que nadie más que uno mismo puede verlos. Equivale a un "me gustas (que es lo mismo que "me gusta lo que dices"), pero estoy escondío". Somos El Lute de todo esto. Apenas podemos ya dar la cara, apenas podemos verbalizar algo.
"Tan grande es el ridículo del mundo que no podemos hablar ni expresar nuestra ternura", escribió Capote.
El like siempre ha sido un guiño discreto en mitad de una gran fiesta. Un "volveremos a encontrarnos". Cuando tú seas menos cobarde, cuando yo sea menos cobarde.
¿Cuántos likes seguidos significan "te esperaría en el portal"? ¿Y "bájate a la plaza, que han puesto un banco nuevo"? Estamos perdidos en todo esto.
Eso sí, con la nueva modalidad de mojigatería de Musk, los infieles y los gamberros (y las gamberras) están de suerte. Ahora pueden coser a likes a cualquier pájaro sin que nadie pueda adivinar el tiro. Ahora el tonteo virtual no deja huella. Habrá más sexo y menos psicoanálisis. ¿Y si va a ser una buena noticia?
Editando a mi querido Jabois: ahora habrá más cuernos en un like que en un "buenas noches". A jugar.