Hace un par de días, en el momento de la cena en el que dejan de llegar platos a la mesa y empiezan a aparecer las primeras copas, una amiga hizo eso que se suele hacer llegados a este punto y es el de sacar un tema para debatir.
En esta ocasión le tocó el turno a las últimas declaraciones de Mbappé. Si estaba bien o mal que Mbappé se posicionase tan claramente en el tema político, si estaba bien o mal que se expresase de una forma tan contundente como lo había hecho ese mismo día, después de saber los resultados de la primera vuelta de las elecciones francesas, con una victoria inusitada de Agrupación Nacional.
"Creo que más que nunca necesitamos ir a votar. Esto es realmente urgente. No podemos dejar nuestro país en manos de esta gente", dijo en rueda de prensa el jugador francés. "Es realmente urgente. Hemos visto los resultados, es catastrófico", añadió.
Como es de esperar, en la ronda hubo disparidad de opiniones. Hace muy bien, hace muy mal, qué crack, menudo sinvergüenza. Lo típico. Sin embargo, con este tema en particular me pasa una cosa muy curiosa que es que no me parece ni bien ni mal, hecho que no significa que me provoque indiferencia. Todo lo contrario.
Por un lado, no me parece acertado porque es absolutamente desproporcionado el eco que tienen esas opiniones con respecto a las horas que seguramente haya dedicado a pensar detenidamente sobre el tema y todas sus aristas. Y, por otro, no me parece desacertado porque cualquier ciudadano está en su derecho (y, sinceramente, creo que también en su deber) de tener una idea perfilada y una opinión clara con respecto a la política que se lleva a cabo en su país y poder expresarla libremente.
Es decir, me encuentro flotando en ese boquete que se encuentra entremedias, en esa tierra de nadie que es un poco confusa de transitar.
Sí hay un punto, sin embargo, que me resulta ligeramente desconcertante y es uno de los argumentos que se han esgrimido para reprochar a Mbappé su locuacidad política. El lugar en el que lo ha hecho, en una sala de prensa de un evento deportivo que acapara millones de miradas.
A este respecto no puedo evitar preguntarme por el lugar indicado para hablar de política. Por las líneas que delimitan el espacio público del debate político ciudadano. Por dónde está permitido que se lleve a cabo. ¿En el Congreso de los Diputados o también en una sala de prensa? ¿En el Senado o también en los medios de comunicación? ¿En el Palacio Presidencial o también en las redes sociales?
¿Exactamente en qué lugar tenemos permitido los ciudadanos expresar nuestra opinión sobre el rumbo que pueda estar tomando nuestro propio país en ese preciso instante? ¿Qué espacio está habilitado para poder hablar sobre lo que de verdad nos preocupa?
Otra duda que me surge tiene que ver con quién configura ese espacio, a quién le pertenece. Quiénes son los encargados de permitir la entrada, los encargados de llevar a cabo esa labor de puerta de discoteca. ¿Por qué actores y directores de cine, puestos frente a un micrófono, pueden airear libremente sus idearios políticos, pero un futbolista lo tiene vetado?
Eisenhower estuvo bastante lúcido cuando dijo que la política debía ser la profesión a tiempo parcial de todo ciudadano y, sin embargo, qué poco nos gusta cuando esto sucede. Cuando una persona excluida del círculo de los "elegidos" expresa sus opiniones políticas, sobre todo cuando no comulgamos con ellas.
Este intermezzo político en una competición deportiva puede resultar desconcertante, pero todos nos amparamos en nuestro derecho ciudadano para decir lo que nos dé la gana cuando, y aquí está el pequeño matiz, alguien nos pregunta al respecto. Lo verdaderamente desconcertante es que hayamos reducido los espacios de debate público a un lugar al que sólo tienen acceso unos cuantos políticos y en el que, para qué vamos a engañarnos, tampoco es que el nivel de los últimos tiempos haya sido el más elevado.
Por último, un pequeño apunte. El problema de fondo en todo este asunto no está en que un futbolista exprese libremente su opinión. Más faltaría.
El problema está, y a esto sí que haría falta darle una vueltecilla, en que sigamos a pies juntillas lo que diga un futbolista. Porque hacerle caso es ya otro asunto completamente distinto…