España es un chiringuito, que en vez de a los mojitos se dedica al colegueo institucional. Pides una de bravas y si tienes carnet del partido te endosan una dirección general en algún rincón del Ministerio de Igualdad, que no tiene hamaca pero sí coche oficial. A no ser que seas la mujer del presidente y en vez de un despacho con vistas te dejan la Moncloa entera para que hagas tu voluntad.
Así redujeron el feminismo y a todas las mujeres valientes con causas justas en un eslogan gubernamental: “Begoña, yo sí te creo”, como si ella fuese la única mujer en toda España, la primera feminista de la historia, un símbolo inviolable, un mito intachable… Pero es que el feminismo ya no es lo que era.
Primero el PSOE y Podemos arrinconaron a las feministas históricas, a las de Clara Campoamor –que con una estación de tren ya tiene bastante– y Virginia Woolf para empezar a reivindicar cosas tan loables como que “la talla treinta y ocho me aprieta el chocho”. Porque este país es así, un derroche de ingenio. El feminismo gubernamental que quedó para decir que todo lo que no esté certificado como kosher y por el Ministerio de Igualdad es un micromachismo: del aire acondicionado a abrirle la puerta a una mujer o eso de “distinguir entre señora y señorita”. ¡Habrase visto algo igual!
El feminismo posmoderno y partidista en España, cuyo único logro sonado es aquello de “sola y borracha quiero llegar a casa”, como el dinero de los parados en Andalucía antes, quedó para que se lo repartieran unos cuantos con mando en plaza aunque ahora les excarcele el Tribunal Constitucional.
En el Instituto de las Mujeres, visto lo que publica EL ESPAÑOL, desde que llegó Isabel García lo de menos son las víctimas. Lo importante era hacer negocio a su costa con los presupuestos de los ayuntamientos donde gobernaba el PSOE y su mujer, por cosas del azar imposibles de explicar, consiguiera los contratos para gestionar los “puntos violetas”. Viendo el reciente historial del ministerio cualquiera concluye que lo que menos le interesa son las mujeres, aunque Irene Montero mantenga todavía hoy que la Ley del 'sí es sí' –que excarceló a más de un centenar de violadores– fue un acierto nunca antes visto en democracia.
Eso sí, Isabel García dice que no se va, que tiene la conciencia tranquila, porque irse, en España, desde hace tiempo se diría que es una vulgaridad.
Algún día explicarán su gestión y de paso para qué sirve este feminismo posmoderno de batucada superficial con ocurrencias como la de pintar una farola de morado y poner un cartel de “punto seguro” como me encontré en una ciudad del País Vasco. Quizá no entienda nada porque soy hombre, heterosexual y muchas más etiquetas que, si algún día de estos me diese por deconstruir mi masculinidad, seguro tendría que avergonzarme de ellas.