Hay una ley de la política moderna que afirma que cualquier causa noble tiende por naturaleza a verse reducida a chiringuito para colocar amigotes, comprar favores y conformar voluntades. Y el feminismo gubernamental no es, precisamente, una excepción.

Así, es muy difícil ver que las políticas de género hayan mejorado en nada, en ningún aspecto objetivo y cuantificable, la vida de las mujeres españolas. Pero es indudable que han servido para mejorar, y mucho, la vida de algunas mujeres españolas.

También hay mujeres más iguales que otras y no son pocas las que en nombre de la igualdad se han distinguido de sus semejantes en proyección pública, poder y dinero. Podría decirse que he visto a las mejores mentes de mi generación podridas por las becas de investigación en estudios de género. Y de la anterior y de la siguiente.

La directora del Instituto de las Mujeres, Isabel García, junto a la ministra de Igualdad, Ana Redondo, en un acto el pasado 21 de febrero.

La directora del Instituto de las Mujeres, Isabel García, junto a la ministra de Igualdad, Ana Redondo, en un acto el pasado 21 de febrero. Gustavo Valiente Europa Press

Porque en esta corrupción hay algo más, que es la justificación ideológica, más o menos implícita, de lo conveniente que es que haya quien se lo lleve crudo.

Porque no todo el mundo sirve para estas cosas. Hay que ser muy de una manera, muy suyo, muy de los suyos, y haber estudiado cosas muy concretas y de una forma muy particular para hacer bien lo que aquí de verdad importa. Para estar realmente a la altura de las tareas que aquí se financian tan generosamente.

El nepotismo, la patrimonialización de las instituciones, el clientelismo… todo esto es, evidentemente, muy feo, pero es una corrupción muy común porque proviene de vicios muy naturales que comprende bien cualquier hijo de vecino. Es decir, cualquiera que tenga familiares y amigos. Es la corrupción que amenaza a cualquier humano que logre tocar un poco de poder y de presupuesto público.

La gracia y el peligro de este tipo de corrupción es que es perfectamente lógica y necesaria. Porque hay un tipo determinado de tareas que sólo los propios están capacitados para realizar como es debido.

Uno puede jugar a imaginar a muchos candidatos para el Ministerio de Economía, el de Interior, el de Justicia, el de Cultura… para los clásicos, digamos. Pero ¿cuántos candidatos salen para el de Igualdad?

Ministra de Igualdad podía ser Irene Montero y poca gente más. Las hermanas Serra, quizás, pero poca gente más. Y con todos estos talleres y Puntos Violeta pasa lógicamente lo mismo.

¿Quién podría impartir un buen taller de estos? Hay que ir con mucho cuidado al decidir en manos de quién se dejan estas cosas.

¿Quién podría realmente gestionar como la Igualdad manda uno de estos Puntos Violeta? ¿Quién, sino ellos?

¿De verdad creemos que habría alguien mejor? ¿Más capacitado? ¿Mejor preparado?

Porque lo normal sería no saber ni que existen. Y, de saberlo, lo normal sería estar en contra del despilfarro inútil y no querer tener nada que ver con eso. Puestos a gestionarlos, lo normal sería hacerlo fatal.

Así que lo que aquí tenemos no es ningún tipo de apropiación indebida, sino de la salvaguarda del proyecto frente a los impedimentos de los contrarios y de las inercias "garantistas" del sistema. Es un poco lo mismo que con la famosa ley del sí es sí, ahora que, como decía la ministra única, "ya sabemos que no hay leyes injustas", sino únicamente leyes cuya aplicación no está totalmente en sus manos.

No hay nada malo si está bajo su mando. El problema es que estas cosas caigan en manos equivocadas.

De ahí que estas corrupciones no sean como las demás. La corrupción normal rinde, en el fondo, un cierto homenaje a la ley y a la moral, por cuando necesita de ella para presentarse como su excepción. Y así refuerza su carácter legal, moral, normal e incluso ideal.

La corrupción ideológica a la que nos referimos, la poscorrupción, es indiferente a la distinción entre lo legal y lo ilegal del mismo modo en que la posverdad lo es a la distinción entre verdad y mentira. Por eso, no trabaja nunca, ni por accidente, ni por involuntario y ejemplar martirio, a favor del sistema sino siempre, sistemáticamente, en su contra. Corrompiéndolo y vaciándolo de sentido.

Al fin, si sólo ellos podrían hacer gestionar bien estos asuntos, ¿a qué viene el sistema a obligar a concursos abiertos y semejantes ridiculeces? Es el sistema, y no ellos, el que obliga a presentar competidores simulados a unos concursos y a unos trabajos en los que ni hay ni debería haber competidor cualificado ninguno. Y es el sistema el que impide el "yo me lo guiso yo me lo como" de las mujeres empoderadas que nunca jamás deberían verse obligadas a cocinar leyes y canonjías para que las disfruten otros.

Asó que lo del Instituto de la Mujer no son presuntas corruptelas. Es poscorrupción, y es de justicia.