Desde que América fuera colonizada (e incluso desde antes) el "Nuevo Mundo" parece haber sufrido el mal de los liderazgos hiperpersonalistas. Es como si, en cierto sentido, Hispanoamérica estuviera destinada a sufrir su ración de liderazgos carismáticos y absolutistas siglo tras siglo.
En el siglo XVI, hombres como Hernán Cortés y Francisco Pizarro. Posteriormente Blas de Lezo o Bernardo de Gálvez, George Washington (a quien se le llegó a ofrecer ser rey), Bolívar, Sucre o el general Santana. Y ya bien entrado el siglo XX, la apabullante popularidad de Castro tras la Revolución Cubana, el régimen peronista en la Argentina, o (en tiempos modernos) Nayib Bukele en El Salvador, Javier Milei en Argentina o Hugo Chávez en Venezuela
¿Qué diablos sucede en Hispanoamérica?
Últimamente se dice mucho eso de que "el verdadero problema de Sudamérica es el socialismo". Sin embargo, estaba afectada por problemas muy serios incluso antes de la aparición de esta clase de regímenes, que, justo es reconocerlo, no han colaborado en aquello de mejorar este subcontinente del eterno impotente potencial.
El problema central es que nunca parece haberse asumido la idea de que lo público es lo público, y se debe gestionar de manera desinteresada, y lo privado es lo privado.
En este sentido la lista de problemas es larga, desde el trato patrimonialista de los recursos públicos, hasta la constante necesidad de invocar constantemente los fríos y duros mecanismos de contrapoder de la democracia.
No debería ser habitual tener que recurrir al ejército como garante del juego de equilibrios democrático, ni manipular los altos tribunales y los referéndums para eliminar mecanismos de contrapoder. Y no digamos cuando un tiranillo del tres al cuarto, del estilo de Maduro, se hace con el poder.
Los regímenes de corte socialista en el caso de Venezuela parecen haber entendido su obtención del poder como una revancha legitimada por las urnas y legitimadora del uso del Estado contra las antiguas élites que, por lo menos, tenían unos códigos de conducta tradicionales que permitían mantener unos equilibrios, bien que a menudo fueran notablemente clasistas.
Pero ahí está siempre el hombre-dios, el Bukele o el Castro de turno, que viene a salvarles a todos. Al principio, con buenas intenciones e incluso con medidas necesarias y convenientes, para a continuación agarrarse al poder y no soltarlo.
Probablemente estos hiperliderazgos tengan a su vez un trasfondo social, incluso diría que cultural. Ni siquiera de riqueza. Porque la vieja Europa, menos rica que Estados Unidos pero probablemente más leída y culta, refrena mejor sus impulsos populistas.
En cambio, América se convierte siempre en una tierra que necesita ser salvada. Necesita cambios drásticos para los que aparece un puñado de falsos mesías a cada siglo. Pero el mesías resulta ser un ángel caído, que a menudo trae el infierno.
En definitiva, Hispanoamérica, Iberoamérica, Sudamérica no necesita más supuestos grandes hombres. Lo que necesita son instituciones que funcionen, acuerdos políticos que limiten clara y forzosamente las líneas del campo de juego político. Incluso necesita bajar un pistón la animosidad política entre las distintas corrientes políticas.
De lo contrario, la nueva ola de liderazgos terminará siendo otra mera patada hacia adelante.