Pocas ilustraciones más elocuentes de hasta qué punto el aborto ha pasado de causa izquierdista a estandarte de un credo aberrante que la presencia que tuvieron los "derechos reproductivos" en la Convención Nacional Demócrata de la semana pasada.

La primera jornada del cónclave del Partido Demócrata reservó un lugar preminente a las activistas contra la obstaculización que algunos estados republicanos de Estados Unidos han interpuesto al aborto libre. Para respaldar sus reivindicaciones, mediante el habitual recurso al emotivismo, tomaron la palabra distintas mujeres para testimoniar historias truculentas de violaciones e incestos.

Pero la manifestación más luctuosa de esta banalización del infanticidio (tamizada por el eufemismo del "cuidado de la salud") fue la colocación de una clínica móvil de Planned Parenthood en las inmediaciones del recinto de la Convención. En ella se recetaban pastillas abortivas como si fueran Juanolas y se realizaron decenas de vasectomías.

Unidad móvil de la clínica Planned Parenthood (Planificación Familiar) cerca del United Center, donde se celebraba la Convención Nacional Demócrata, el pasado lunes en Chicago.

Unidad móvil de la clínica Planned Parenthood (Planificación Familiar) cerca del United Center, donde se celebraba la Convención Nacional Demócrata, el pasado lunes en Chicago. Vincent Alban Reuters

Difícil encontrar una plasmación más plástica de la fría y mecánica burocracia de la muerte en las sociedades contemporáneas. Parece haberse cumplido la profecía de Julio Camba cuando escribió, en principio de forma sarcástica, que "los verdugos norteamericanos ejecutarán a los reos a distancia, sin tocarlos, sin ni siquiera verlos, y terminadas su tareas, se irán tan tranquilamente al club o a la iglesia o a una sociedad filantrópica".

O a una Convención Demócrata, podríamos añadir.

Camba apercibió la ironía de que Estados Unidos, la patria de la pena de muerte, se propusiera "encontrar el medio de suprimir sin sufrimiento alguno la vida humana", y señaló que hablar de "muerte indolente" es como hablar de "cebolla inodora".

"Para que la pena de muerte deje de ser una monstruosidad moral, van a inventar un ingenioso aparato mecánico", apuntó el articulista en un anticipo del abortobús. Aquel intento de cohonestar las exigencias higiénicas de la sensibilidad moderna con la crudeza de la pena de muerte rima con este mecanismo para llegar a un aborto humanitario. Lo que es un producto de haber alcanzado las cumbres de la deshumanización se plantea como una causa humanitaria.

El abortobús no es sólo el coágulo de la cultura de la muerte a la que se arriba tras una transvaloración consistente eminentemente en abaratar la vida. Es también el resultado del proceso de ampliación de la jurisdicción de la libertad individual, cuyo último estadio es la "libertad reproductiva".

El filósofo Higinio Marín ha postulado que el concepto de libertad individual de la mentalidad progresista, como "autodestinación social" e "ilimitada disposición de sí", alcanza su cénit en la capacidad de elegir no tener hijos, cambiar de sexo o incluso de suicidarse.

La eutanasia, que la socióloga Ashley Frawley ha categorizado atinadamente como "la quintaesencia de la política de nuestro tiempo", está emparentada con el aborto en su participación de ese "marco mental fatalista" que inspira a los líderes del mundo libre que, "incapaces de prometer una vida buena, ofrecen una buena muerte".

Resulta muy sintomático del progresismo en su fase más desarrollada, en general, que sus principales causas, una vez fracasado el utopismo revolucionario, compartan una fisonomía fúnebre. El aborto, la eutanasia, la reducción de la población y el decrecimiento económico, vademécum del programa de la nueva izquierda, transparentan una pulsión tanática que habla del estadio agónico de la civilización occidental.

La cerrazón progresista a la vida está relacionada también con el horizonte del cataclismo climático y la "ecoansiedad" que produce. Si el planeta no tiene futuro, mejor no traer más hijos al mundo. Al fin y al cabo no hay mejor forma de reducir la huella ecológica que la extinción.

Todo lo que la vanguardia del progresismo mundial puede ofrecer es pura voluntad de aniquilamiento. Sorprende por eso leer en la prensa que Kamala Harris ha insuflado de esperanza a la política estadounidense, cuando encarna el nihilismo de una cultura decadente que ha perdido el vigor y la esperanza en un porvenir mejor.

Kamala es el dechado más depurado del flatus vocis del identitarismo interseccional. Uno que, si por un lado se reduce a una política de ademanes, por otro está preñado de un autoritarismo feroz.

El impacto de una victoria en el país más influyente del mundo de este relativismo dogmático socioliberal puede ser definitivo para extirpar las últimas reservas de salud moral que perviven en Occidente. Será el triunfo de un paradigma político que, en lugar de brindar asistencia para la vida, se aplica a poner facilidades para la muerte, individual y social.