Hay una pasividad con Venezuela como si condenándolo, pero no mucho, se fuese a resolver. Ahora que es septiembre, los informativos han vuelto a sus noticias habituales, como si en Caracas hubiesen cesado los secuestros y la represión y Nicolás Maduro ya fuese historia. 

Explicaba la semana pasada en una radio española la mujer de Perkins Rocha, abogado de la campaña de María Corina Machado, cómo el Gobierno venezolano había secuestrado a su marido. Y a uno se le ponía la piel de gallina como si fuese un crío y le volvieran a contar la historia del hombre del saco.

No sabía nada de él desde entonces. Contaba cómo vivían los opositores venezolanos bajo la incertidumbre de saber si mañana irán a por ellos y su familia no sabrá ya nada más, y a mí me recordaba a los ucranianos que se acostumbraron a vivir bajo el sonido de las bombas y en ambos casos los europeos les prometimos que no estarían solos.

El dictador socialista venezolano Nicolás Maduro.

El dictador socialista venezolano Nicolás Maduro. EFE

Y en ambos casos, ahora que es septiembre, hacemos nuestra vida porque estamos lejos de Caracas y de Kiev. Según se ha puesto la vida y la muerte, casi todo es una frivolidad. Cualquier cosa que no sea lo que ocurre en Venezuela y en Ucrania es una frivolidad, pero aquí estamos.  

Hemos perdido otra vez la oportunidad de liderar algo importante en el mundo. Algo que vaya más allá de la comunidad de vecinos en la que hemos convertido España, asimétrica, confederal y en la que Cataluña siempre necesita llamar la atención. Hemos perdido la oportunidad de ocuparnos de algo que importe de verdad.

Preferimos conformarnos con intentar ser sede de los Juegos Olímpicos una y otra vez (y fracasar en el intento), como si tuviera alguna trascendencia en la historia o hablase de nosotros mejor que esta pasividad ante las injusticias.

De vez en cuando sale Albares diciendo que Zapatero es un héroe de la paz mundial y con no reconocer los resultados de las elecciones ya han cumplido con su conciencia. Como si la dictadura viniese de julio, como si no llevaran secuestrados los venezolanos más de dos décadas.  

España podría ser la voz en Occidente de esa Venezuela que sólo quiere ser libre. Ser su altavoz ante el mundo. Pero Pedro Sánchez anda ocupado intentando que no se note que para seguir en la Moncloa le faltan cada mañana siete votos.

Si hubiese algo de interés sincero por el sufrimiento de los venezolanos, alguien explicaría qué hacía en Barajas Delcy Rodríguez, lugarteniente de Maduro, cuando no podía poner un pie en el espacio Schengen. ¿Qué había en aquellas maletas?

Aquel capítulo bochornoso de nuestra historia reciente, si fuese una película de Humphrey Bogart, tendría un Oscar. Pero como era política y nadie ha dado una sola explicación sobre el asunto, es tan sólo una vergüenza.  

Es mejor no prestar atención a esta persecución sistemática que lleva a cabo Nicolás Maduro desde hace un mes y en la que van desapareciendo opositores, familia y todo el que sostenga que las elecciones en Venezuela fueron un robo ejecutado sin ningún pudor.  

Para colmo, el martes declaró el dictador que a partir del 1 de octubre en Venezuela será Navidad. Porque demencialmente así lo ha decidido: "En homenaje a ustedes, en agradecimiento a ustedes, voy a decretar el adelanto de la Navidad para el primero de octubre. Para todos y todas". Como si con luces y polvorones fuese a tapar la mísera realidad.

Pero ese es el problema de los sátrapas y los tiranos, llegar a creer que su palabra es ley, como si por decreto pudieran hacer que el mundo girase en dirección contraria, que Dios adelante eso de nacer del 24 de diciembre al 1 de octubre o que Venezuela sea una democracia, porque así lo sostiene él.  

Entre tanto podemos quedarnos tranquilos en España y seguir con la conciencia mermada, porque en Caracas ya es Navidad.