La cabecera de La Revuelta, el nuevo programa de Broncano en La 1, me pareció realmente estupenda, sexi y gamberra: un golpecillo sobre la mesa, una declaración de intenciones.

Te venía a las claras desde el principio calzándote un hip hop de base, en concreto el tema No cap (que significa algo así como "de verdad" o "sin dobleces") de Trueno, que es un rapero argentino de 22 años. "No soy 2Pac, pero todo el club tiene los ojos puestos en mí", suelta. "Rompo el escenario hasta las seis, mai; no como esos guachos que se suben a hacer playback". Diáfano. 

Viene a decirnos David que esto es lo que hay, que ya conocemos a nuestra burra, que su rollo es el de siempre: el campechanismo urbano del tío que pisa la calle y no sólo la moqueta. El don de la improvisación (¿no como Pablo Motos?). La frescura y cierta transversalidad: igual se entiende con un señor de sesenta que con una chavala de veinte, entre la taberna, internet, la montaña y la biblioteca. 

Broncano y La revuelta.

Broncano y La revuelta.

Arrancaba con un plano cenital de la Gran Vía de Madrid, iluminada y caótica, en obras y con un bidón ardiendo, y con el humorista derrapando por la ciudad en metro y skate y coche, al estilo videojuego, para no llegar tarde a su propia fiesta entre ovnis, un King Kong, un pulpo gigante, frutos secos, karaokes y pitis. En fin: ese es el Madrid delirante que amamos y nos tumba. 

Bien.

El plató era prácticamente igual que el de La Resistencia, si eso quizás con algo más de aire a "ministerio vandalizado", como dijo él mismo. También era idéntico en esencia macha: estrépito, júbilo, locurilla, Broncano estampándose contra pancartas hasta romperlas ("desigualdad" la rompió, pero "España" no), confusión... y tres tíos con probada química bromeando entre ellos. Cansaba un poco esa sensación testosterónica, aunque la testosterona fuese de tipos tan brillantes y luminosos como Grison (¡me gustas!, llámame). 

Lo mejor, sin embargo, lo más honesto y generoso, lo más inteligente y con más vocación de servicio público que se hizo en esta primera entrega, fue ser autoconscientes e ir a las claras con todas las críticas y los prejuicios que pesaban sobre el programa.

Lo llenaron de banderas de España y de un bombo y se cebaron alegremente con el Gobierno. Aquí algunos de los hits: "A ver si la gente va a venir aquí a pedirnos un Falcon", "ah, pero ¿no somos los sicarios de Perro, no somos los lameculos de Puigdemont?", "no cobro 14 millones de euros, aunque lo he intentado... y en todo caso esos 14 millones de euros no salen de los enfermos de ELA ni de la Guardia Civil", "si le lavásemos el cerebro al público, al final del programa la mitad serían gais y la mitad, menas". No está mal para empezar, ¿no? 

Estas chanzas tienen un sentido profundo: primero, claro, el de preservar su dignidad profesional. Son gente talentosa con guionistas inspirados, tienen ADN, responden rápido, son valientes y cafres. No quieren verse bajo la bota de ningún presidente, por guapo que sea. Además, conocemos el mercado y la industria: sinceramente, no les hace ninguna falta para comer caliente. Me gusta su capacidad de desafío. 

Pero lo esencial es que con esas coñas de alguna manera se dirigían, sobre todo, a los espectadores que les han sintonizado con una mosca detrás de la oreja. A los que no les conocían, a los que directamente les detestaban, a los que iban, morbosamente, a verles fracasar. A los adeptos de Pablo Motos, a los conservadores, a los que piensan que estos chavales han venido a mamar de la teta de España. 

Fue desengrasante y tranquilizador, fue agradable para todos. Los de izquierdas saboreaban la ironía de fondo. Los de derechas, con la semiparodia de Sánchez, se sentían en casa. Y es perfecto que así sea, porque TVE es la casa de todos. El estilo de Broncano y de los suyos me resultó salomónico, lubricante e interesante narrativamente. Era como un abrazo de abuela. Aquí cabe todo el mundo.

Luego Grison mostró un dibujo de la cara de Sánchez clavaíta en su pecho izquierdo ("haber avisado, que ya me he tatuado esto... era para justificarme el sueldo del primer mes"). En el pecho derecho, la de Pablo Motos ("para que me contrate el año que viene cuando nos cierren esto"). Este patetismo ilustrado es adorable. Este saber que en la próxima limpia de la cadena, puedes ser tú el que salga por la puerta. No hay nada más democrático que no darse demasiada importancia. 

Algunas bromas políticas más, por si no había quedado claro que esta peña va a hacer lo que les salga del testiculario: prometieron subtítulos en catalán hechos con IA (con guiños a Puigdemont y a la pela) y enseñaron un par de sillas regias para las futuras visitas de la monarquía. "Están invitados. Victoria Federica puede venir con un novillero que haya conocido en Estepona... y Froilán puede entrar hasta con armas si quiere". 

Inauguraron, además, el rótulo gigante de "pregunta parlamentaria": está diseñado para que en el Congreso puedan encontrar rápido en el programa anterior, grabado, el contenido problemático y así increpar a Sánchez sobre si de verdad está pagando esa basura con dinero público. La respuesta, ya lo adelanten ellos, es "sí". 

Hasta tienen mascotas para chinchar a Pablo Motos, y no se llaman Trancas y Barrancas, sino Divulgación, Respeto y Agustín (un hombre trajeado, mascota del ente público). Esto es lo que hay. 

Otro acierto: Lalachus como colaboradora, una cómica divertidísima que sigo desde hace tiempo. 

¿El gran error del primer programa? A mi juicio, la elección del entrevistado, el campeón del mundo de surf adaptado Aitor Francesena. Entiendo las intenciones de invitar a este genio invidente: la superación, la alegría, el punkarrismo que arrastra el caballero, su cosa admirable... frente a la elección de Motos en su cadena para abrir temporada: Victoria Federica, que simboliza el lujo, la moda, el nepotismo, la tontería ("el neopreno me hace tipazo", dijo anoche) y la cunita meneá

Valoro que la cadena pública tenga la elocuencia de arrancar su propuesta para toda la familia con los valores del deporte, de la excelencia y de la huida de la autocompasión. Un tipo normal, vasco, calvo y de 53 años que ha revolucionado su mundo y el panorama nacional. Pero lo cierto es que el señor resultaba ruidoso, tosco, histriónico y bastante cargante. No me interesó demasiado lo que contaba ni cómo. 

Esto es una fobia personal: no soporto a los hombres que para alentar a otros a hacer algo imitan el sonido de la gallina. Y no soporto el sonido, tampoco. Es el "no hay huevos" más cuñado que recuerdo. 

Hay días en la vida, al menos unos pocos, en los que uno tiene que sacar músculo, sin complejos. Hacer una apuesta sorprendente, gigantesca, feroz, aunque luego la tónica habitual sea otra. Creo que anoche era uno de esos momentos. Creo que esperábamos otro tipo de poderío, quizá un personaje más conocido y añorado, alguien chispeante que nos hiciese dar un bote desde el sofá al verle en nuestra cadena. No fue así. Sentí cómo algo se desinflaba al final, a golpe de buenismo. 

La buena noticia es que Broncano sigue siendo Broncano. La mala es la misma. A este lado queremos algo más, algo nuevo de él. Seguiremos informando.