Te levantas un lunes y ves que cuatro nazis te están mirando a los pies de la cama como angelitos rubios encapuchados. Dices: "Joder". Uno cuenta nazis para dormir, nazis saltando una valla como ovejas blanquísimas. Ahora florecen como setas. Vas a la cocina a hacerte el café y tienes que esquivar a tres nazis en el suelo de tu salón con cuidado de no pisarles, no sea que les despiertes y ya la tengamos. 

No sé cuándo ha sido. No sé cómo. A mí me pareció que sucedió de repente. Una mañana la ultraderecha había ganado por primera vez unas elecciones en Alemania desde los tiempos del nazismo. Otra mañana fue Austria. Otro día, tres neonazis intentaron boicotear el pódcast de Samantha Hudson y María Barrier. En la misma semana, el Atlético de Madrid se mostraba cómplice con los ultras encapuchados del Frente que le tiraron un mechero y otras vainas a jugadores del Real Madrid. 

Digamos que van calentitos. Digamos que van orgullosos. 

Sé que en los nazis existe la casta sacerdotal y la casta guerrera. Los primeros son los que tratan de sofisticar y dignificar el corpus de un pensamiento antidemocrático como es el nazi. Estudian como sólo un fanático puede hacerlo, retuercen los datos y se autoperciben como los niños bonitos de la creación, casi pertenecientes a un Ejército Natural.

Miembros del Frente Atlético en un partido del Atlético de Madrid en Turin

Miembros del Frente Atlético en un partido del Atlético de Madrid en Turin REUTERS

Un nazi clásico siente que la biología está de su parte y que dios está de su parte porque un nazi es mesiánico y se arrodilla ante su destino. Tiene una misión y no está para leches. Un nazi no se imagina muriendo de un achaque. Él tiene la protección. Quiere morir de viejo rodeado de su familia de teutones, de hijos idénticos sin posibilidad de diferenciarse, de emanciparse, de pensar por sí mismos.

Este nazi la pía mucho pero no tiene media torta. Hace cinco años que no se llevan las cacerías de moros. Él es más exquisito, más intelectual, digamos. Ahora dice que desprecia a quien ejerce la violencia (a esa casta guerrera a la que nos referíamos, a ese brazo armado) porque quiere conquistar con la palabra. En realidad sabe que como se ponga un poco bravo, lo visten rápido de torero. Él se ha esforzado siendo útil a la causa mediante el discurso de odio, pero salvando su pellejo. 

Un nazi siempre muere como un héroe trágico porque un nazi se siente incomprendido. Fue feliz a su modo, siempre con su visión belicosa y ridícula del mundo. Fue una buena época, esa en la que engañó a una tradwife a la que encerró en casa como a una coneja para parir una cuadrilla de nazicitos. A ellos les dijo que un día entenderían quién era su Padre y cómo se la jugaba en contra de los jotas (así llaman a los judíos). Y de la agenda 2030. Y del globalismo y del wokismo y hasta de Netflix. 

Es confuso. Hay subtipos enredados. 

El nazi ideólogo virtual puede tener bastante de incel. A menudo son muchachos pálidos con gafillas de montura enclenque que se la pasan en internet, en foros chifladísimos, intentando pertenecer a algo desesperadamente. Lo que se conoce popularmente como unos "pedazo de solos". Ya sabíamos que la soledad era peligrosa y cría enfermos de ira mundial. En el fondo esos vástagos tan desgraciados son responsabilidad nuestra, porque un incel es un abandonado del sistema, un ser humano que, a fuerza de no tener contacto con mujeres, ha acabado despreciándolas. También a los hombres que se acuestan con ellas. Un incel sólo ama a otro incel, y flotan mirándose largo en la red, con sus cuerpos gaseosos, sin carne ni ternura. 

Sueñan con verse alguna vez, una tarde, fuera de internet... pero el mundo es tan raro... ¿podrán organizarse en persona? ¿Le querrán realmente al tratarle? Algún pensamiento intrusivo: "El día que salga de aquí será para ver a los amigos-rata que conocí en un chat y después dispararé contra el colegio en el que crecí". 

El incel (y el incel-nazi) se define por su frustración. 

Sabe que es porque odia.

Por su marginalidad. Por su falta de afecto. Porque está polarizado y trasnochado. No consiguió sentirse lo bastante amado sobre la tierra por sí mismo y tuvo que coserse la capa de salvador, de redentor de algo, y exageró problemas que no eran para tanto y construyó amenazas ficticias de las que él nos defendería y así se sintió útil y mirado en la sociedad del charm que le expulsaba. Es una forma contraintuitiva de buscar autoestima, la de este nazi-incel-internauta. Soy el mejor porque me hicieron sentir el peor. 

Tiene sentido filosófico que resurja la extrema derecha y el nazismo en un mundo digitalizado, hipercapitalista, individualista y desconfiado. Uno necesita más que nunca pertenecer a un grupo... y como vengo de la marginación, cuánto mejor que sea un grupo violento a través del que yo pueda desquitarme y buscar nuevos débiles con los que cebarme. Quedaré por encima. Un incel-nazi un día fue el eslabón más bajo de la cadena y hoy trepa dándole patadas a homosexuales o chavales negros o a mujeres desarrolladas laboralmente fuera de casa. 

Un hombre nazi deja de ser un hombre para ser simplemente un nazi, y eso sólo quiere decir que es un adolescente eterno (el "adolescente" es el que "adolece" de personalidad, el que la está buscando). El muchacho encontró la personalidad nazi como quien encontró un sentido. Fuera de eso, no sabe quién es. No sabe qué dar. No tiene nada que aportar. 

Nazis en la manifestación de Chueca.

Nazis en la manifestación de Chueca.

Un nazi no entiende de matices. Es justamente adolescente porque las cosas son muy buenas o muy malas, van conmigo o contra mí. Un nazi siempre es de brocha gorda, por mucho que se quiera mostrar cerebral. 

No sé qué decir, siento terror y asco y vergüenza de haber llegado hasta aquí. De haber roto los viejos pactos prósperos. Me asusta la desmemoria de estos iluminados que nunca vivieron una guerra y sin embargo no paran de coquetear con la militarización del mundo. Hay un tipo de nazi que es el guerrero. Lo de éste sí que es de coña, aunque parece que están en horas bajas. Es un nazi que no sabe por qué es nazi: digamos que es nazi porque es hombre y le gusta tener una excusa para pegarse y un nombre que denomine rápidamente por qué él es superior. Son la última escoria. Hasta el nazi culto detesta al skinhead y al hooligan. En fin, no es para menos. 

Hay otro subtipo de nazi que es el nazi abstemio y petado. Éste es total. Dice que su cuerpo es el templo de su alma y piensa cincelarlo hasta el ridículo. No bebe porque como se ponga a beber le será más difícil ciclarse y bueno, también porque así dejaría dos horas de lado el nazismo y la politización y eso no piensa permitírselo. El alcohol nos hace esclavos y aquí es mejor que estemos aliquindoi para expulsar a los morenitos. Este es un poco su rollo. 

Tienen nombres sorprendentemente frikis e infantiles, como de mascota del equipo ("Rana Baneada, el terror de los liberales" o "Juanikko Banana") y algunos van encapuchados. Ya les vimos en Ferraz a finales del año pasado. Ya les vimos en Chueca hace un poco más. Van asomando la patita y no deberíamos reírnos tanto. 

Nuestra vida no es compatible con su vida. Somos lo que quieren erradicar. Vienen a por nosotros y están cada vez más cerca. 

Yo creo que el Gobierno tiene que asumir las responsabilidades pertinentes y abordar el tema de la inmigración para que deje de preocupar y radicalizar a los ciudadanos. Y creo algo más importante: que el PP ha alimentado repugnantemente al monstruo de Vox y le ha dejado comer en su manita, que le ha permitido entrar hasta la cocina y que ahora tiene que demostrarnos que no baila con nazis ni con partidos que son el caladero de votos de la extrema derecha.

Tiene que garantizar que no volverá a gobernar con Vox, porque así avala e incentiva esta infamia. Si no lo para, también él será deglutido. 

Y pasarán. 

Y será demasiado tarde para volver a la alegría.