"¿Dónde está el Estado? El Estado es el pueblo". Así se despacha el anarquismo patrio ante una de las mayores tragedias naturales de nuestra historia.
Y, mientras tanto, un toma y daca entre el Estado central y el autonómico valenciano. "Que lo pidan", dice Pedro Sánchez, y "te lo pedimos, tráenos a siete ministros", responde Mazón. Lo que quiere decir que el Gobierno central le dice al autonómico que use sus competencias, y el autonómico le dice al Gobierno que no son suficientes.
A nadie sensato le gusta esta confrontación mientras el drama de tantas personas, y de toda una región, sigue sin resolverse. A muchos nos resulta repugnante. Lo primero son las víctimas, y después todo lo demás.
Y todo lo demás, eso que viene después de los muertos, los desaparecidos, los que no tienen ni techo ni trabajo, es el Estado, o sea, nosotros y cómo queremos vivir juntos. Y lo que uno observa que pide la mayoría de la gente es que no salpiquen las instituciones con el lodo de la tragedia.
Lo primero que hay que despejar es la capa de fango populista que se lanza sobre el Estado autonómico y su ineficiencia, porque ante la pregunta de dónde está el Estado, la respuesta es muy sencilla: aquí, pero pilotado por algunos irresponsables.
El Estado ya estaba antes de la Dana y funcionaba. Las competencias están bien definidas, y la regulación de estas en caso de emergencia también.
Los constitucionalistas no dudan, salvo los que justifican la Ley de Amnistía, que la competencia sobre protección civil es estatal y superior a la autonómica en caso de emergencia. No hay duda de que es una competencia del Estado siempre y cuando afecte al interés nacional.
Así lo refleja la vigente Ley de Protección Civil de 2015.
Y, además de ser competencia del Estado, no se activa a petición de parte, sino de oficio, es decir, es irrenunciable (el ministro del Interior está obligado a ejercerla) e indisponible (ninguna administración se puede oponer).
Hay más mecanismos, como el estado de alarma, aunque en este caso dudo de su necesidad, que demuestran que ni estamos ante un Estado fallido, ni España es Sudán.
A unos les gustará más un modelo centralista, y verán en las obras de 1957 la prueba irrefutable de que a este país sólo lo puede gobernar una dictadura, y otros justificarán sus sueños anarcofederalistas y nacionalistas con la supuesta ineficiencia del Estado.
Esta es la costra fangosa que podría cubrir al Estado, es decir, a lo que somos, y sepultarnos bajo las miserias morales de algunos.
Es lo primero que hay que despejar. No es el Estado el que está mal. Es el uso que los que están al mando hacen de él. Si el chófer no conduce bien, no mandes el autobús al desguace.
Hemos sabido que Sánchez ha explicado que una de las razones para no haber intervenido antes es que "si con la Comunidad es difícil, contra ella sería aún peor".
Como es evidente, una intervención del Estado central es muy mal vista por muchos. Lo vimos con la Covid, y el año pasado con las alertas por SMS de la Comunidad de Madrid. Hay un espíritu conspiranoico que ve en todo un Estado saturnino dispuesto a devorar las entrañas de los ciudadanos.
Fango, más fango. Capa de escoria sobre capa de escoria.
Pero son precisamente estas miserias morales las que justifican la existencia del Estado y la necesidad de que intervenga. La existencia de fanáticos no justifica la inacción del Gobierno, aunque actuar tenga un evidente precio electoral.
La Dana en Valencia ha puesto de manifiesto que estamos ante un caso de emergencia nacional, no sólo climática, sino política. Ante las paranoias nacionalistas, anarquistas y conspiracionistas, la única respuesta leal al problema es la defensa de un Estado que sí funciona, aunque el que está al mando no lo maneje bien.