Se ha convertido, entre los enemigos de Israel, en un leitmotiv.

Israel (nacido de una guerra de liberación nacional exitosa) no es simplemente un "hecho colonial".

Israel (donde uno de cada cinco ciudadanos es palestino y disfruta, como corresponde, de la totalidad de los derechos cívicos) no es simplemente un "Estado de apartheid".

Benjamin Netanyahu, en el parlamento de Israel, la Knesset, a principio de semana.

Benjamin Netanyahu, en el parlamento de Israel, la Knesset, a principio de semana. Ronen Zvulun Reuters

El Estado hebreo, según esta vox populi globalizada, sería un Estado genocida. Y la palabra genocidio se convierte en la palabra mágica, la palabra que mata, la palabra que deshumaniza y que, divina sorpresa, exonera de toda responsabilidad a los europeos y, más allá de ellos, al mundo, que han masacrado a los judíos, siglo tras siglo, por millones, hasta que, hace ochenta y dos años, implementaron la "solución final".

Esta acusación recorre las oenegés y las cancillerías.

Enciende a los pogromistas de Ámsterdam, a quienes despliegan pancartas gigantes en el Stade de France, a los ministros españoles obsesionados con 1492, a los políticos belgas que buscan congraciarse con los islamistas, a los militantes woke de Harvard y Princeton, a los supuestos "Insumisos" que, en París, sueñan con un Estado palestino que abarque desde el Mediterráneo hasta el Jordán y que estarían dispuestos a arrojar al mar a los ocho millones de judíos que viven hoy en esa tierra.

Y finalmente es apoyada por una de las voces más fuertes, más nobles y, sobre todo, más oficialmente infalibles de nuestro tiempo: la del Papa Francisco, quien, en un libro que aparece estos días, se hace eco de "expertos" que afirman que "lo que ocurre en Gaza" tiene "las características de un genocidio" y solicita que se "estudie" esta acusación "detenidamente".

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Sin embargo, con todo respeto al líder de una Iglesia que tanto ha hecho para sellar la alianza con los judíos, ese "estudio detenido" no tiene razón de ser.

Se puede llorar —como hago yo— por las víctimas civiles de Gaza. Pero no se puede calificar de genocida a un ejército que advierte antes de disparar, que inunda los barrios que está a punto de bombardear con mensajes exhortando a los habitantes a no permanecer allí.

Se puede considerar —también lo hago yo— que no es vida ser desplazado del norte al sur y luego del sur al norte, viviendo en refugios temporales, a veces en tiendas de campaña. Pero una tienda de campaña no es una cámara de gas. Los corredores de evacuación, abiertos diariamente para permitir escapar del peligro, no son caminos de la muerte.

Y si los civiles no son más numerosos al usarlos, es porque Hamás los toma como rehenes y los utiliza como escudos humanos.

Se puede estimar —aunque esto es menos evidente— que el COGAT, la Coordinación de Actividades Gubernamentales de Israel en los Territorios, no entrega suficiente ayuda humanitaria a Gaza. Cientos de convoyes pasan cada día; si no hay más, nuevamente, la responsabilidad recae en Hamás, que los bloquea al otro lado de la frontera o confisca las cargas para revenderlas.

Del lado israelí no hay ninguna limitación a estos movimientos.

Y ni siquiera hablo de la hermana del fallecido Ismail Haniyeh, líder de Hamás, tratada en un hospital del sur de Israel. O de la campaña de vacunación organizada en plena guerra, que alcanzó al 90 % de los niños gazatíes. O hace diez días, de los 231 pequeños con enfermedades raras trasladados a hospitales en los Emiratos Árabes Unidos, los únicos capaces de tratarlos.

¿Se ha visto alguna vez a "genocidas" similares?

¿Podemos imaginar a la Wehrmacht advirtiendo: "Señoras y señores judíos... nos preparamos para atacar... o vacunar... por favor evacúen sin demora sus guetos y shtetls... usen los corredores habilitados para este propósito... "?

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La verdad es que yo he "estudiado" un poco estos temas.

He visto genocidios (Srebrenica, Darfur).

He filmado a torturados por Al Qaeda en Afganistán y a los cuerpos quemados vivos, arrojados desde los tejados, decapitados, por el Estado Islámico en Mosul.

He documentado sobre el terreno las masacres indiscriminadas de Rusia en Ucrania.
Cubrí, mucho antes, las carnicerías del FIS en Argelia, de las que escapó Kamel Daoud.

En resumen, sé lo que significa estar condenado a muerte.

He visto esqueletos explotados hasta su última fuerza, y, cuando esa fuerza se agotaba, arrojados a fosas comunes.

Tengo una idea bastante clara, en otras palabras, de lo que significan genocidio y crimen contra la humanidad.

Y veo claramente cómo, en esta guerra de Israel contra Irán y sus marionetas, se olvida que las Fuerzas de Defensa de Israel son el primer ejército del mundo en tomar tantas medidas para minimizar las bajas civiles en la vorágine de las batallas.

Así es como se forjan los mitos.

Así se pasa del complot judeo-masónico, o judeo-bolchevique, o judeo-capitalista, a la conspiración judeo-genocida de la que todos los judíos del mundo serían más o menos cómplices.

Y así se ultraja no sólo la verdad de los hechos y los nombres, sino la memoria sagrada de las víctimas de los genocidios del siglo pasado.