Ha sido la peor gala de los Goya de la historia. Se podrá argüir que aquellas primeras ediciones de finales de los años ochenta del siglo pasado fueron todavía más torpes y plomizas. Pero en aquel entonces los premiados sabían comportarse y los medios disponibles para ofrecer un buen producto eran muy otros.

De modo que sí: ha sido la peor gala de los Goya de la historia.

Este texto podría acabar haciendo mención a la hora a la que finalizó todo: las dos menos cuarto de la mañana. "No hay más preguntas, señoría".

Maribel Verdú y Aitana Sánchez-Gijón en la gala de los Goya 2025.

Maribel Verdú y Aitana Sánchez-Gijón en la gala de los Goya 2025. GTRES

Todos los años se hace el mismo subrayado: la gala es demasiado larga. El resultado son algunos minutos más añadidos en la edición siguiente.

Cunde una especie de horror vacui. Hay que empezar en alto, sí, pero para cuando todavía queda la mitad, el número musical del principio (Miguel Ríos, que para algo estamos en Granada) representa un recuerdo que uno situaría dos o tres días atrás en el tiempo.

No es fácil proceder con el reparto de culpas. La Academia y RTVE tienen lo suyo.

Pero, si hubiera que señalar a un responsable máximo, sería aquel que introdujo la idea de que los discursos no tienen que ser tanto un agradecimiento como una reivindicación.

Lo de anoche fue paroxístico. Se nos acaban las palabras contempladas en el Diccionario de la Lengua Española para definir la cámara de resonancia que rodea a la industria del cine. No les ha debido llegar el eco más remoto de la parodia de Juan Carlos Ortega del año pasado. De ser así, no habrían hecho ese esfuerzo por dejarle imposible el trabajo para esta edición. Todo el evento parecía un sketch.

En la era de la empatía, ningún premiado está dispuesto a asumir que forma parte de un conjunto y se cree con derecho a protagonizar una intervención más propia de las ceremonias en las que se honra a una única persona.

Súmese a esto la mención anterior a las reivindicaciones. Algunas estaban tan metidas con calzador que delataban obedecer a un prurito de "no quedar mal" más que a una necesidad personal real.

En el galardón al Sonido eclosionó todo. Veinte años riendo las gracias a las galas "combativas" cristalizaron en el que puede defenderse como momento más grotesco de treinta y ocho años de Goyas.

Una de las cuatro personas ganadoras creyó oportuno endilgar, cuando el tiempo se había rebasado sobradamente, un mitin político que nada tenía que ver con la película Segundo Premio. Ya que tenía ese propósito, podía haber hecho un cursito de formación para portavoces. Qué manera tan penosa de dirigirse a un público.

Así las cosas, sólo hubiera faltado que no se dijera nada de Karla Sofía Gascón. ¡Si estas ceremonias son ya un repaso de la actualidad de la semana que las precede!

C. Tangana fue implícito, pero claro. Los distribuidores españoles de Emilia Pérez (que, cosas del cierre del periodo de votación, ganó el premio a la película europea), sí fueron explícitos.

Cómo habrá sido la cosa que hemos llegado a este párrafo sin mencionar el hecho histórico: el ex aequo de los Goya en el apartado de mejor filme.

[Es posible que haya habido más empates en el pasado del que jamás nos enteráramos. Este firmante está seguro de haber leído, hace muchos años ya, que el reglamento impedía los premios conjuntos porque, en caso de producirse igual número de votos entre candidatos, el notario debía elegir una fórmula de azar para resolver en favor de uno solo. Las bases actuales sí contemplan el reparto de un mismo premio en igualdad de condiciones].

No es una partición baladí. El 47 es un producto del PSOE state of mind de manual. La Infiltrada, en cambio, es un thriller que cuenta con el sello de aprobación de las asociaciones de víctimas de ETA.

Es una pena que el discurso de su productora, María Luisa Gutiérrez (responsable de los grandes taquillazos del cine español en tanto que socia de Santiago Segura) llegara ya al filo de las dos de la madrugada.

Lo que uno prefiere es que no existan estos speeches. Pero, puestos a padecerlos, se prefiere que sean, esta vez sí, "valientes". O sea, contrarios al pensamiento dominante en la platea y en los despachos del poder.

Gutiérrez se refirió veladamente a Karla Sofía Gascón y habló de la memoria histórica como un fenómeno que no puede delimitarse a placer.

Vamos a darle una pátina constructiva a la crítica. Sobre todo porque Fernando Méndez-Leite es un tipo estupendo.

Allá van algunas propuestas.

Una tendría forma de compromiso escrito entre la Academia y los individuos que resulten nominados en cualquier categoría. En virtud del mismo, estos no podrán exceder el minuto en sus agradecimientos en caso de resultar ganadores.

Un minuto, ojo, por categoría, no por persona premiada.

A partir de ese momento caben todos los procedimientos, por expeditivos que resulten, para interrumpir la parte sobrante del discurso. E incluso una penalización económica.

Otra necesitaría de la complicidad forzosa de RTVE. Consistiría en partir la gala en dos. En una primera parte incluimos los premios más arduos para el gran público. Esta mitad es la que debería incluir los aderezos de las canciones y los discursos de honor.

En la segunda, dejamos "limpio" un espectáculo televisivo de dos horas en el que se entreguen los galardones relacionados con los largometrajes españoles en competición.

Estas mitades podrían ir en dos noches separadas, la del viernes y el sábado, pero se entiende que ocupar dos jornadas en la vida de los invitados es demasiado. Por eso, parecería más razonable hacer esa primera parte durante la tarde.

Si TVE no está dispuesta a prescindir del Telediario (cosa para la que no tiene tanto problema en otra clase de eventos), este podría servir de separador, para que la segunda parte de la ceremonia comience a las diez.

Hemos llegado hasta aquí sin necesidad de mencionar a las presentadoras. Quizá eso explique muchas cosas. En cualquier caso, la gala de este año será muy útil cuando se quieran apuntar las mejoras. Contiene todo aquello que no se debería volver a hacer.