El debate del modelo organizativo y de las medidas disciplinarias condicionará el proceso de refundación de Ciudadanos de aquí a la asamblea general de febrero. El pasado sábado, el consejo general aprobó una ponencia que prohíbe las corrientes internas, que prevé la expulsión de quienes difieran de las tesis oficiales y que deja en manos de su departamento de prensa el control absoluto de las comparecencias y pronunciamientos de sus dirigentes.
No han tardado en surgir voces que acusan a Albert Rivera de autoritario y que denuncian la impronta censora de unos estatutos en fase embrionaria. Aun admitiendo que la música de algunas medidas parece impropia de un partido regeneracionista, basta atender los matices apuntados por Rivera y su compromiso de que las nuevas normas serán las que se aprueben tras el debate de las enmiendas que se presenten para concluir que algunas críticas pueden ser precipitadas. Es evidente que ni la expulsión de militantes puede estar sujeta a arbitrariedades, ni los estatutos de un partido pueden pretender regular la relación de sus altos cargos con los medios.
La refundación
Para seguir siendo el refugio liberal y reformista de la nueva política, en oposición a los partidos tradicionales y a los planteamientos rupturistas y de izquierdas que representa Podemos, es crucial que el partido de Albert Rivera resuelva bien su refundación y todas las cuestiones relativas a su reglamento.
Desde que dio el salto al escenario nacional, Ciudadanos ha conocido las mieles y las hieles de su vertiginosa expansión. Este partido ha alentado la ilusión en millones de personas, pero también ha sido el oscuro objeto de deseo de oportunistas y una pieza a batir por los rasputines menos escrupulosos de la vieja política y sus terminales.
'Enemigo exterior'
La experiencia en primera línea ha dado razones sobradas a Ciudadanos para mantener la guardia alta frente a la llegada de arribistas o frente a quienes, mediante afiliaciones en aluvión, intentan dominar agrupaciones para dinamitarlas. Sin embargo, el temor al enemigo exterior no puede dar pábulo a códigos tan severos que acaben sofocando el espíritu renovador que da sentido a Ciudadanos.
El de Albert Rivera no puede ser un partido monolítico ni cesarista como el PP. Tampoco puede convertirse en una formación asamblearia como Podemos y sus confluencias, que dé carta blanca a sus federaciones para pactar o gobernar con quien quieran en cada Comunidad Autónoma. También debe aprender de los errores del PSOE para no convertir la defensa del debate interno en un pretexto que dé cobertura a posiciones políticas incoherentes en cada territorio.
La etiqueta de "liberal progresista" define muy bien a Ciudadanos y lo sitúa en el centro, pues el epíteto "socialdemócrata" es tributario del pensamiento socialista. De la habilidad de sus dirigentes de ocupar la centralidad de la política y de vacunar a Ciudadanos de cuantos males puedan afectarle -sin que las posibles medidas preventivas acaben anquilosando el proyecto- dependerá su capacidad de éxito.