El discurso de Nochebuena del rey quedará para la historia como el más light de todos los habidos hasta hoy. Felipe VI pasó de puntillas sobre los grandes desafíos que afronta España, recurriendo continuamente a sobrentendidos y aludiendo a los problemas sin mencionarlos.
El monarca no citó palabras como "Constitución", "Cataluña", "corrupción", "paro", "terrorismo", "regeneración", "brexit" o "inmigración", que en cualquier repaso de lo ocurrido en 2016 deberían tener un lugar destacado. Esa falta de concreción es lo que hace que difícilmente su mensaje pueda generar empatía.
Felipe VI perdió la ocasión incluso de reivindicar su papel en la crisis política que ha llevado al país a lo insólito de estar cerca de un año sin gobierno. Sin embargo, despachó el asunto con esta simple reflexión: "Hemos superado una compleja situación política que conocéis bien".
Falta de concreción
El tono fue menos regio y más cercano que en las ocasiones precedentes. Se solidarizó con las familias, con el deseo de que puedan "recuperar su nivel de vida"; hizo un llamamiento general al "respeto y consideración de los demás", y reclamó una apuesta por la educación a todos los niveles como clave para mejorar la sociedad. Sin embargo, en el conjunto le faltó calidez y precisión.
Está claro que el rey no es un político, pero sí puede y debe ejercer su liderazgo para definir los obstáculos y encauzar a la sociedad. La frialdad calculada de su discurso, que obliga al ciudadano a tener que contextualizar sus palabras, genera distanciamiento. Obviamente el monarca no tiene que decir, por poner por caso, cómo combatir el independentismo, pero una cosa es estar por encima de la contienda política y otra situarse en una nube.
Riesgo de irrelevancia
Es vedad que cualquiera pudo entender que cuando dijo que vulnerar las normas sólo puede traer "tensiones y enfrentamientos estériles" y "empobrecimiento moral y material", estaba aludiendo a Cataluña. Pero parece poco si tenemos en cuenta que, la víspera, el presidente de la Generalitat había convocado una cumbre de todas las fuerzas políticas y sociales para exigir un referéndum que pretende abrir la puerta a la república independiente de Cataluña. Es el ejemplo claro de que los problemas tienen nombre.
En una sociedad democrática adulta cabía esperar de Felipe VI mucha mayor contundencia a la hora de afrontar los asuntos que preocupan a los españoles. El mensaje de 2015 fue el menos seguido por los ciudadanos, y el riesgo que corre Felipe VI es que la falta de contundencia vaya convirtiendo progresivamente su discurso navideño en irrelevante.