Carles Puigdemont y Oriol Junqueras decidieron afrontar la reacción del Estado a la proclamación de la República Catalana con estrategias opuestas. El president y cuatro ex consejeros de su confianza huyeron en secreto a Bruselas para intentar eludir a la Justicia y hacerse un hueco a codazos en el corazón de Europa. Por contra, el ex vicepresidente y el resto de ex consejeros del Govern sí fueron a declarar a la Audiencia Nacional a sabiendas de que la escapada de sus compañeros decantaba su encarcelamiento.
Aunque el bloque separatista simula que es una piña, cada vez es más evidente que ambas decisiones constituyen el último desencuentro de ese matrimonio de conveniencia mal avenido que ha sido Junts Pel Sí. También que Puigdemont y Junqueras han actuado cada uno de espaldas al otro con la intención de comerse la tostada.
48 horas de pasión antes de la DUI
La relación entre ambos se quebró definitivamente en las 48 horas de pasión previas a la DUI. Puigdemont se resistía a darse por amortizado y quedar como un botifler -traidor- si convocaba elecciones y Junqueras no quería coger el testigo y exponerse ante la Justicia después de haber estado dos años nadando y guardando la ropa con bastante habilidad. Al final, huyeron hacia delante: la suerte procesal de ambos quedaba echada, pero no su posición y su prestigio de un electorado cada vez más fanatizado.
Puigdemont no está dispuesto a que, después de haber dado la cara por el procés en todo momento, el PDeCAT quede relegado y él olvidado y en prisión, mientras ERC y Junqueras se llevan el fruto de su sacrificio. Por eso marchó a Flandes, a poner una pica en el bloque separatista visualizando que es presidente en el exilio. Este viernes se ha postulado desde la televisión belga para ser candidato de una reedición de JxS de cara al 21-D. Su intención es cortar el camino a su oponente con la promesa de que puede garantizar la internacionalización del conflicto y negociar una amnistía. La jueza Carmen Lamela ya ha pedido a Bélgica su detención y entrega, pero ese momento podría demorarse y, en cualquier caso, el proceso contribuye a su victimización, que es el opio de los nacionalistas.
Fagocitar al PDeCAT
Junqueras sabe que ERC es la fuerza favorita del secesionismo porque ha aprovechado la exposición del PDeCAT para crecer en los sondeos. Aunque en el último momento no pudo eludir mojarse, ahora acaricia la oportunidad histórica no ya de arrebatar a los restos de la vieja Convergència la mayoría social secesionista, sino también de fagocitar al partido fundado por Jordi Pujol. Por eso aspira a crear su propia coalición y sumar a ella a convergentes radicalizados, a los socialistas independentistas que lideró Ernest Maragall y a Albano Dante Fachin y la corriente que le sigue en la federación catalana.
La disputa por la hegemonía social y electoral del secesionismo, que siempre tensionó la convivencia de JxS se manifiesta ahora con toda su crudeza. Esa es la batalla que libran Puigdemont y Junqueras, sabedores de que sólo puede quedar uno... aunque el reino prometido sea la cárcel.