Pablo Iglesias ha disparado este miércoles uno de sus tuits trazadores contra EL ESPAÑOL para acusarnos nada menos que de “legitimar la cultura de la violación” e inmediatamente -como suele suceder cuando señala un objetivo- una legión de motivados adeptos ha descargado a discreción con similares vituperios. El pretexto de los insultos, pues no se puede calificar de crítica o reproche lo que carece de argumentos, ha sido un reportaje escrito por Andros Lozano titulado La vida ”normal” de la chica violada en San Fermín: universidad, viajes y amigas. Y el mensaje con el que Iglesias ha abierto la veda ha sido este: “Lo que no es normal es ver supuesto periodismo legitimando la cultura de la violación. Vergüenza”.
Han sido tantos, tan gruesos y tan injustos los ataques recibidos que nos vemos deontológicamente obligados a dirigirnos al responsable de la lapidación para que motive su acusación, lo que nos brindaría ocasión de refutarle, o se retracte y haga propósito de enmienda. El legítimo derecho de Pablo Iglesias a la libertad de expresión debería estar a la altura de su responsabilidad como dirigente político.
Emplazamiento a Iglesias
El emplazamiento está de sobra justificado. Porque aunque a las redes se llega escaldado, su conversión premeditada en una hoguera inquisitorial no es admisible en quien se postula como presidente del Gobierno. Porque, como bien sabe el propio Iglesias, la confrontación de ideas y opiniones, ya sea a través de las redes sociales o en una comisión en el Senado sobre la financiación de los partidos, no excusa el menoscabo del honor y la propia imagen mediante insidias, por mucho que éstas se repitan. Y porque la defensa de la igualdad entre hombres y mujeres, el compromiso feminista y la lucha contra el machismo, en tanto que caldo de cultivo de la violencia de género, forman parte de las obsesiones de El ESPAÑOL. El último rugido editorial sobre la cuestión lo publicamos horas antes de que Iglesias piolase contra nosotros.
Es más, ningún medio se ha comprometido tanto contra la violencia machista: de ahí la serie La vida de las víctimas. Ningún otro se ha empleado tan a fondo para que prevalezcan la verdad y la justicia en el juicio en la Audiencia Provincial de Navarra por la presunta violación de la muchacha a manos de La Manada. Y ningún otro periodista se ha jugado tanto el tipo como nuestro compañero en denunciar las correrías y antecedentes de los cinco acusados.
Gregarios y fanáticos
Hemos requerido a los usuarios identificables que han secundado la acusación de Iglesias para que aclaren en qué frases del citado artículo basan una imputación tan grave. La mayoría de las veces hemos recibido la callada por respuesta, quizá porque ni siquiera lo han leído. Pero tampoco han faltado quienes han arremetido de nuevo con el ahínco gregario de los fanáticos.
En esta era de la posverdad, en la que el mejor activista es un bot, las redes sociales son muchas veces a la política lo que “un cuento contado por un loco lleno de ruido y furia” es a la vida. Pablo Iglesias hace suya la cita shakespeareana cuando promueve la cultura de la lapidación.