La Constitución conmemora hoy su 40º aniversario coincidiendo con el momento de su mayor asedio. La extrema izquierda y los separatistas, subidos en la ola del populismo, se han marcado como objetivo quebrar el marco de libertades y convivencia que ha alumbrado el período más fructífero de España. Es una irresponsabilidad y la Historia les juzgará por ello.
En estas cuatro décadas, España ha progresado de una manera inimaginable. Con sus imperfecciones y sus defectos, como obra humana que es, la Constitución ha forjado una democracia moderna, homologable a las mejores del mundo. Es falso que fuera fruto de una componenda o del miedo al ruido de sables. El único temor de los constituyentes era volver a caer en el cainismo. Por eso el pacto por el que nació es un referente internacional.
La Constitución demostró hace 40 años que la paz y la libertad podían asentarse en un país cuya historia ha estado marcada por continuos enfrentamientos fratricidas. El consenso y la generosidad de quienes la hicieron posible han acabado por desmentir aquellos versos de Gil de Biedma que decían que "de todas las historias de la Historia, sin duda la más triste es la de España, porque siempre termina mal".
40 años atrás
Alguien que en 1978 hubiera echado la vista atrás 40 años, contemplaría un país en plena guerra civil, y si en 1938 hubiera retrocedido otros 40, se habría encontrado con el Desastre del 98. Y podríamos seguir remontándonos de cuatro en cuatro décadas: siempre tropezaríamos con revueltas, guerras civiles y pronunciamientos cuarteleros. Sólo la Constitución de 1876 tuvo una vigencia más larga que la actual, pero sus resultados palidecen en la comparación.
Hasta 1978, la Historia Contemporánea parecía empeñada en condenar a los españoles al furgón de cola. Fue a partir de entonces cuando España se integró en Europa y alcanzó niveles de desarrollo y bienestar envidiables. Los frutos de la Constitución son múltiples. La altura de miras de quienes la hicieron realidad se reflejan también en los avances conseguidos en la igualdad de hombres y mujeres.
La Constitución no es el origen de todos los problemas de España, como propalan sus detractores, sino la fuente con la que seguir alimentando derechos y libertades. Su grandeza estriba en amparar incluso a quienes la denigran, a quienes han convertido la vida parlamentaria en un circo y a los que utilizan sus instituciones como ariete contra el Estado.
La Corona
La Constitución es hija de un tiempo y, evidentemente, hay que insistir en que es susceptible de mejoras. Ahí está el título VIII, por ejemplo, insuficiente para ordenar la vertebración del Estado. Conviene recordar a este respecto el informe del Consejo de Estado que ya en 2006 recomendaba fijar los límites competenciales de las comunidades autónomas.
En estos días en que se cuestiona la monarquía parlamentaria como modelo de Estado, hay que reivindicar así mismo la estabilidad que garantiza la Corona, como puso de manifiesto Felipe VI tras el golpe separatista en Cataluña de hace un año.
Hoy que tan en boga está la memoria histórica, haríamos bien en reconocer el legado de nuestra Constitución. Los agoreros que creían que aquel texto de 1978 no iba a ser más que un paréntesis en nuestra historia estaban errados. Ojalá los agoreros de hoy la vean vigente otros 40 años más.