El segundo debate entre Sánchez, Casado, Iglesias y Rivera estuvo marcado por un tono infinitamente más bronco que el del día anterior en TVE. Las continuas interrupciones, los ataques personales y la indisciplina con los temas a confrontar en cada bloque, llevaron la anarquía al plató de Atresmedia.
Dado que la profesionalidad de Ana Pastor y Vicente Vallés está más que acreditada, cabe pensar que la pelea de gallos en que acabó degenerando el debate formaba parte del plan de la cadena, que priorizó el espectáculo al interés público. En medio de la reyerta, Pablo Iglesias se arrogó la condición de árbitro que correspondía a los periodistas, lo que, paradójicamente, le permitió presentarse como un moderado.
Cifras y datos
En esas difíciles condiciones emergió la figura de Pablo Casado. El candidato del PP corrigió su actitud presidencialista del último debate y bajó a la arena. Pertrechado con cifras y datos precisos apabulló a un Sánchez que se desgastó una y otra vez en el cuerpo a cuerpo con Rivera, como si buscara la revancha 24 horas después.
Sánchez volvió a rehuir la gran pregunta que ya sólo resolverán las urnas: si habrá indulto a los golpistas catalanes tras el fallo del Tribunal Supremo.
Punto negro
Rivera, con la resaca de la victoria del lunes, apostó por desplegar nuevos trucos sobre el atril: la foto de Idoia Mendia con Otegi, el rollo de papel con todos los casos de corrupción socialista y, como órdago, una copia de la controvertida tesis de Sánchez. Sin embargo, esta vez se impuso el discurso vibrante de Casado a la magia del candidato de Ciudadanos.
Si algo ha quedado claro tras los debates es que han sido el punto negro de la campaña de Sánchez: ha perdido los dos. En el de este martes recurrió una y otra vez a Vox para colgar a Casado y a Rivera el sambenito de la extrema derecha, el eje de su campaña. Apagadas las cámaras, el próximo domingo llega la hora de la verdad.