España necesita un cambio de rumbo y estabilidad política. Los últimos diez meses en que ha gobernado el PSOE con 84 de los 350 diputados del Congreso ha quedado de manifiesto que la dirección del país quedaba condicionada en lo económico por las recetas de la izquierda radical que encarna Podemos, y en lo político, por el separatismo golpista. La intensidad de esos condicionantes podrá discutirse, su existencia, no. Así no podemos seguir.
Estas son las terceras elecciones generales en los últimos tres años y medio: en diciembre de 2015, con una campaña insólita en la antesala de las fiestas navideñas, se celebraron las primeras con Felipe VI como Rey. En junio de 2016 hubo que repetirlas como consecuencia de otro hecho inaudito: la incapacidad para formar nuevo gobierno. Este domingo llegan las terceras, con una campaña en mitad de Semana Santa y después de haber prosperado la primera moción de censura de la Democracia. El recorrido difícilmente podría ser más rocambolesco. Así no podemos seguir.
Hay que reconocerle a Pedro Sánchez el desarrollo de una estrategia inteligente: a pesar de su pequeña base parlamentaria supo abrirse camino aprovechando, sobre todo, los errores de sus adversarios. Pero la debilidad del Ejecutivo, sostenido en resbaladizos apoyos, impidió la aprobación de los Presupuestos, obligó a prorrogar los del derrocado Rajoy y dio paso al abuso hasta el esperpento del Real decreto ley, para sacar adelante sus iniciativas. Así no podemos seguir.
La opción conservadora
La imperiosa necesidad de cambio y de estabilidad política sitúa al votante conservador en la tesitura de elegir entre PP y Vox. Todas las opciones políticas son respetables cuando no atentan contra la ley y contra los ciudadanos. Vox no es un partido fascista, y no es tampoco una amenaza para la democracia en términos absolutos, pero sí incluye en su agenda elementos que alteran el consenso constitucional. El más evidente es su intento de desmontar el sistema autonómico, una de las bases del éxito de la España moderna. Pero ahí están también su enmienda a las políticas contra la violencia de género, su propuesta a favor de la extensión del uso de armas o su política populista contra la inmigración, con muro incluido.
El PP, que arrastraba la rémora de la corrupción, se ha renovado y se ha regenerado. Pablo Casado tiene un plus de legitimidad que no tuvo ninguno de sus predecesores: ha sido elegido democráticamente por las bases y en contra del aparato. Ha tenido aciertos y errores en su gestión y en la confección de las listas, pero ha logrado resituar ideológicamente al PP en la línea del partido que obtuvo sus mejores resultados electorales, el PP que sacó a España de dos crisis económicas y que derrotó a ETA.
Entre el PP y Vox, reflexivamente, no hay punto de comparación en términos de consistencia política, claridad ideológica y cantidad y calidad de cuadros. Vox es, en el mejor de los casos, una incógnita; el PP, una certeza regenerada.
La opción progresista
Junto al PP está la opción de Ciudadanos, que afronta sus terceras elecciones generales. En su corta trayectoria suma logros incuestionables, como haber sido el dique de contención del separatismo en Cataluña o haber servido de contrapeso en las instituciones para tratar de favorecer la gobernabilidad, aunque en ocasiones fracasara en el intento, como ocurrió tras el Pacto del Abrazo de 2016 con el PSOE, o tras su apoyo a la investidura de Rajoy a cambio de seis magníficas condiciones, todas ellas incumplidas.
Albert Rivera mantiene posiciones muy similares a las de Casado en relación a la defensa de la España constitucional y comparte una visión liberal de la economía, pero se distancia del PP en materia social con posiciones inequívocamente progresistas, que van desde la eutanasia a la gestación subrogada o el aborto. Eso le ha permitido construir la casa común de un centro amplio a la que han acudido personalidades de la izquierda y la derecha. Es además la opción más identificada con Macron, actual locomotora de la construcción europea. Por todo ello, para cualquier liberal progresista -valga la redundancia- o para quienes tengan dudas en la izquierda sobre la deriva de Sánchez y sus hipotecas, Ciudadanos es una opción con muchas ventajas.
El voto a Rivera tiene una doble utilidad: la más obvia, la de poder completar una mayoría con el PP -ya se vería en qué orden- a la manera de lo que ocurre en Andalucía. Eso tendría el probable inconveniente de tener que contar con el papel subrogado de Vox, pero la gran ventaja de encauzar la alternancia política dentro de unos parámetros de estabilidad constitucional. Por otra parte, en función del reparto de escaños que salga de las urnas, Ciudadanos podría tener la carta determinante para evitar que el PSOE se vea obligado a reeditar el pacto con Podemos y con el separatismo, lo que significaría un desastre para España.
En todo caso, estamos ante la gran oportunidad de resolver democráticamente los problemas de España. Los últimos días de campaña han sido de una gran intensidad, lo que ha ayudado a mover el voto -particularmente tras los dos debates en televisión- al parecer en beneficio tanto de Podemos como de Ciudadanos.
Hay un riesgo real de que se forme un gobierno de izquierdas -con mayor o menor dependencia de los separatistas- y de que se aleje a España de las políticas generadoras de empleo y prosperidad; pero también está la esperanza de que prospere la alternativa liberal. En todo caso, lo que aconsejamos por encima de ideologías es que los ciudadanos acudan a las urnas. Debería ser su única oportunidad en cuatro años.