Cuatro muertos, 14 policías heridos y la vulnerabilidad de la primera democracia del mundo a la vista es el balance que ha dejado el esperpéntico asalto al Capitolio por parte de los seguidores de Donald Trump.
Si alguien esperaba que el asalto provocara un efecto viral en todo el país y 70 millones de estadounidenses se levantaran contra las elites globalistas, ese alguien ha fallado con estrépito.
La ocupación del Capitolio sólo podría haber sido más grotesca si hubiera acabado con los vándalos huyendo por las alcantarillas, como hicieron los golpistas de ERC en la Barcelona de 1934 al primer cañonazo, sin carga explosiva, del general Batet.
Tal y como escribe en estas páginas el profesor Javier Gil Guerrero, Trump, alentando a las masas, decidió cruzar el Rubicón en el momento en que las democracias occidentales se tambalean frente al populismo y para mayor regocijo de potencias como China o Rusia.
Horas después de estos incidentes, inéditos en la democracia norteamericana, el Congreso avaló la victoria de Joe Biden. Pero la cicatriz continuará ahí durante mucho tiempo. Donald Trump, un solo hombre, ha puesto en jaque a la nación que, en el imaginario de los demócratas, es el mayor de los hitos de la libertad.
Traslación a España
La traslación a España de lo sucedido en los Estados Unidos es obvia por varios motivos. Ni nuestra democracia es tan antigua –y por lo tanto sólida– como la americana, ni tan lejos queda en el tiempo el golpe del 23F, ni el clima político y social actual, dinamitado a diario por un partido en el Gobierno que propala un cambio de régimen por las bravas, es precisamente una balsa de aceite.
En España, son el populismo de izquierdas y el nacionalismo, los gemelos espejados del trumpismo, los que han dado ya sobradas muestras de no aceptar mansamente los resultados electorales cuando estos les son desfavorables.
Los intentos de rodear el Congreso, el golpe contra el orden constitucional de octubre de 2017 en Cataluña o la alarma antifascista lanzada por el hoy vicepresidente segundo del Gobierno cuando Andalucía pasó a ser gobernada por el PP y Ciudadanos son sólo algunos de los hechos que demuestran que el populismo concibe la violencia como un recurso válido para la imposición de lo que llama democracia.
Pero su democracia no es más que un trampantojo vacío de todo contenido verdaderamente democrático.
La retórica
No es casual, en el marco mental de la idea/fuerza de pervertir la democracia y convertirla en un sucedáneo asambleario manipulado por los comisarios de la causa, que muchos de los que asaltaron el Capitolio alegaran que estaban "en su casa".
La retórica de esos asaltantes es indistinguible de la utilizada por Podemos en su voluntad adánica, puramente mesiánica, de hablar en nombre de un pueblo que ya estaba en el Parlamento mucho antes de que ellos llegaran a la vida política española. No para regenerarla, sino para corromperla a su gusto.
Es indudable que vivimos tiempos confusos. La retroalimentación entre una pandemia devastadora y el populismo debe hacernos reflexionar sobre la fragilidad de las instituciones. Lo peor de Trump es el trumpismo, que los americanos, y especialmente el Partido Republicano, deberán sufrir durante un largo tiempo.
La demagogia, la propaganda y la mentira prometen convertirse, si no lo han hecho ya, en el tumor que más seriamente amenace durante los años venideros a los Estados de derecho occidentales. Pedro Sánchez ha de reflexionar largo y tendido sobre esos con los que se coaligó hace un año. Es la democracia lo que está en juego, no su presidencia.