No es hora de manifestaciones, sean cuales sean sus reivindicaciones y por justas que sean sus causas.
Y esa afirmación incluye las convocatorias del próximo 8-M en Madrid, amparadas en el permiso concedido por el delegado del Gobierno en Madrid, José Manuel Franco, a los actos de hasta 500 personas.
"No ha lugar. Lo digo sin tapujos: no permitiría ni entendería que se llevasen a cabo" ha dicho la ministra de Sanidad. Carolina Darias ha puesto así sentido común allí donde algunos de sus compañeros del Consejo de Ministros han mostrado una llamativa insensatez llamando a un "8-M masivo".
EL ESPAÑOL no puede más que sumarse a las declaraciones de la ministra. Porque hoy, en España, no toca manifestarse, sino vacunarse.
Dicho de otra manera. Que esas manifestaciones hayan sido autorizadas no quiere decir que deban celebrarse.
Grave irresponsabilidad
Si a algo han de dedicar sus horas de trabajo los miembros del Consejo de Ministros es a definir y organizar la compleja logística necesaria para la vacunación masiva de millones de españoles. Especialmente cuando España continúa en riesgo alto y con una incidencia acumulada de 218 casos por cada 100.000 habitantes.
Por más que esa rama extremista (y muy minoritaria) del feminismo que defiende la ministra de Igualdad Irene Montero lo niegue, las manifestaciones del 8-M del año pasado fueron una grave irresponsabilidad y contribuyeron muy probablemente a la expansión de la epidemia en muchas ciudades españolas.
Que varias de las ministras que asistieron a esas manifestaciones cayeran enfermas a los pocos días debería, como poco, invitar hoy a la prudencia.
Sensatez, no sectarismo
Cuando el recuerdo de esas manifestaciones está aún vivo en la memoria de muchos españoles, una parte del Gobierno, a caballo de una inconsciencia que dice más de su sectarismo que de su sensatez, pretende celebrar de nuevo el 8-M como si no hubiera ocurrido nada durante los últimos doce meses.
Si la intención de ese feminismo es provocar a los españoles y generar crispación social, nada mejor para ello que celebrar el 8-M en las mismas calles en las que se acumulan los carteles de "se vende" en las puertas de locales que se han visto obligados a cerrar por las restricciones impuestas a raíz de la pandemia.
Que esas manifestaciones sean una grave irresponsabilidad no quiere decir, sin embargo, que sus reivindicaciones sean injustas. Pero si, como defienden algunos grupos feministas, los encierros han agravado la situación de las mujeres que conviven con sus maltratadores, la solución no es desde luego manifestarse el 8-M.
En primer lugar, porque las manifestaciones no solucionan problemas. Como mucho, contribuyen a visibilizarlos. Y el problema de la violencia de pareja no necesita más visibilidad, sino mejores políticas de prevención.
Algo que debería corresponderle, entre otros, a ese ministerio de Igualdad que prefiere manifestarse que diseñar leyes útiles.
En segundo lugar, porque en este caso concreto, las manifestaciones del 8-M podrían contribuir a retrasar todavía más la salida de la pandemia. Es decir, a agravar la situación de las mujeres maltratadas por sus parejas.
Todos somos víctimas
Por no mencionar el hecho de que la epidemia no ha impactado únicamente en las mujeres. La epidemia, y la consiguiente crisis económica, ha arrasado el tejido productivo español, ha obligado a echar el cierre a miles de pymes y autónomos, ha agravado la situación de los españoles que viven solos, ha canibalizado los ahorros de cientos de miles de españoles y ha mandado al paro a otros tantos.
Y eso por no mencionar un dato estrictamente sanitario. El de que el 57% de los infectados de Covid-19 son hombres, así como un 72% de los muertos.
Pero esa no es, en cualquier caso, la clave de este asunto. La clave es que la energía de las administraciones españolas debería estar centrada al 100% en acelerar y facilitar la vacunación de los españoles.
Esa debería ser la prioridad del Gobierno central, de los 17 gobiernos autonómicos y de todos los ayuntamientos españoles, en la medida de sus competencias.
Celebrar el 8-M, por más que sea dividiendo la participación en pequeñas manifestaciones de 500 personas (algo que, por otro lado, es prácticamente imposible de controlar), es una barbaridad sanitaria impropia de quienes deberían mostrar la responsabilidad de un adulto y no la frivolidad de un adolescente.