De dos semanas a esta parte, lo normal en Barcelona no es el atardecer tranquilo, sino la guerrilla urbana, especialmente en el fin de semana. Las calles son pasto del fuego a manos de una extraña confluencia -la facción radical del independentismo y los antisistema de la izquierda- con la excusa del encarcelamiento de Pablo Hasél.
En una tragedia repetida como farsa, la ciudad cosmopolita de finales del siglo XX, la capital de una región que era la locomotora de España, se ha convertido en un remedo cutre de la "Rosa de Fuego", término acuñado cien años antes por los anarquistas.
Autodestrucción
En esta ocasión, a diferencia de entonces, no se trata solamente de una destrucción orquestada por los radicales, sino de una autodestrucción, por cuanto está amparada por el silencio del Govern y la tibieza del Ayuntamiento que dirige la equidistante Ada Colau.
Tal y como hoy publica EL ESPAÑOL, la sensación de desamparo cunde entre las filas de los Mossos d'Esquadra: "Tenemos las manos atadas, somos un blanco fácil", denuncian. Un testimonio que engarza directamente con esa furgoneta con agentes en su interior que este sábado incendiaron los asaltantes.
La institucionalidad de Barcelona se desmorona. Incluso el procés ha quedado disuelto en la ola de violencia que sacude sus calles, y ya vaga como un fantasma sobre los ciudadanos catalanes. La manifestación convocada este domingo por la ANC bajo el lema "Somos el 52%" apenas congregó a unos cientos de independentistas.
Cambio de rumbo
La pasividad de las fuerzas gobernantes da alas a quienes han hecho de Barcelona una ciudad sin ley, y esa deriva sólo puede corregirse con un cambio de rumbo que empiece en la Generalitat.
¿Dónde están los mejores escritores del mundo en busca de aquella Barcelona abierta como tierra fértil de sus novelas? ¿Qué hay de los empresarios? ¿En qué ha quedado la pujante burguesía catalana? Antes que ninguna y todavía en dictadura, Barcelona se asomó a la libertad... pero hoy se ha tornado en paraíso de la violencia y orgía del pillaje.