La reunión entre Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso quedó ayer opacada por la dura comparecencia posterior de la presidenta. En ella, Ayuso planteó a los españoles una disyuntiva frente a la que no caben términos medios: "Si Pedro Sánchez sigue por este camino, habrá que elegir entre su futuro y el de España".
"Pedro Sánchez o España" no se corresponde sólo con las siglas del PSOE, una casualidad que no debió pasarle desapercibida a la presidenta madrileña, sino que representa una enmienda a la totalidad del Gobierno de coalición de los socialistas con Podemos, y un programa de oposición para el PP para los próximos dos años.
Pero, sobre todo, representa una enmienda a la totalidad de la complicidad de Pedro Sánchez con el nacionalismo. En el discurso de Ayuso, el marco no es ya si los indultos contribuirán o no a la pacificación del nacionalismo, o si estos son más o menos bondadosos, sino si los intereses personales de Pedro Sánchez son compatibles con la supervivencia de la nación que este preside.
El robo de España
"Sánchez va a permitir que roben España a los españoles" dijo Ayuso. "Este camino nos lleva a un cambio de régimen constitucional" añadió luego, ofreciendo la Comunidad de Madrid a todos los ciudadanos españoles, pero especialmente a los marginados por el nacionalismo en Cataluña, el País Vasco, Baleares o Valencia, como "refugio de libertad e igualdad y respeto".
"Mi postura es clara. No quiero una fiscalidad a la carta para Cataluña, ni mesas bilaterales como si de otro Estado se tratara, dejando al margen al resto de Comunidades, ni más privilegios ni chantajes que han de pagar todos los españoles con su esfuerzo diario, ni con la aniquilación de sus derechos constitucionales" añadió luego la presidenta.
El ariete del PP
El excelente resultado de Isabel Díaz Ayuso en las elecciones autonómicas del pasado 4 de mayo y el empuje que este ha supuesto en los sondeos para el PP de Pablo Casado a nivel nacional han hecho que surja una pregunta lógica. ¿Podría Isabel Díaz Ayuso mejorar los ya excelentes sondeos actuales del PP y aspirar a una hipotética mayoría absoluta en las próximas elecciones generales en caso de sustituir a Casado?
Ayuso ha negado siempre tal posibilidad y ha recalcado que su lealtad al presidente del partido es total. Pablo Casado, por su parte, ha recordado en innumerables ocasiones, tanto en público como en privado, su amistad con la presidenta y su disposición a trabajar de la mano con ella para llevar de nuevo al PP a la Moncloa.
El debate puede tener un morbo periodístico difícil de negar, pero parece compadecerse poco con la realidad. Al menos a corto o medio plazo.
Porque si algo quedó claro durante la comparecencia de ayer de Ayuso es que lo que está ocupando la presidenta de Madrid es el papel de número dos del partido, de ariete de la oposición, que en el PSOE de Felipe González representó Alfonso Guerra; en el PP de José María Aznar, Francisco Álvarez-Cascos; en el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero, José Blanco López; y en el de Mariano Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal.
La comparecencia de Ayuso no fue sólo relevante por las cosas que dijo, sino también por su tono. Un tono educado y relajado, pero extraordinariamente duro y dos o tres pasos más allá de la cortesía que se le supone a los presidentes autonómicos que visitan la Moncloa. Cortesía que hasta ahora sólo se le había permitido transgredir a capricho a los presidentes autonómicos catalanes.
El mensaje de Ayuso no iba dirigido a Casado, sino a Pedro Sánchez, a los líderes nacionalistas catalanes y al resto de presidentes autonómicos, tanto del PP como del PSOE. Por primera vez en mucho tiempo, un presidente autonómico no nacionalista se opuso de forma clara y diáfana a los privilegios del separatismo con un discurso en clave nacional que no iba destinado a la galería, sino al corazón de los españoles.
Pablo Casado ya tiene a su Alfonso Guerra.