Todo era una mentira grotesca. La brutal agresión homófoba cometida por ocho bárbaros encapuchados el domingo por la tarde en el barrio madrileño de Malasaña ha acabado siendo poco más que el juego sexual consentido de un mentiroso que, para ocultarle una relación adúltera a su pareja, ha generado un tsunami de sectarismo y de indignación hipócrita que debería avergonzar a buena parte de los españoles.
Muy pocos son los justos que pueden presumir de haber permanecido ajenos al grotesco vodevil. Un vodevil construido sin más pruebas que la declaración rocambolesca del denunciante y al que han contribuido todos aquellos, desde el ministro del Interior hasta Podemos, Más Madrid, las asociaciones LGBTI o conocidos presentadores de televisión, que han utilizado una mentira para hacer exhibición de impostada indignación moral y generar a partir de ella sus propias fake news.
Y entre esas fake news, la de que Madrid, la ciudad más libre del país más tolerante de la Unión Europea con el colectivo LGBTI, es poco menos que Kabul. La de que los dos principales líderes madrileños del PP (Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez-Almeida) blanquean la "homofobia" de la ultraderecha. O la de que en España entera se ha normalizado la "caza al gay" por parte de hordas de nazis que campan a sus anchas.
Ejemplos en abundancia
Los ejemplos abundan. El primero, por su importancia, el de Pedro Sánchez, que convocó este martes la comisión contra los delitos de odio y que no la ha desconvocado tras conocerse que el hecho que la provocó en un primer momento era falso. Sánchez ha sobrerreaccionado cuando la actitud correcta habría sido la de esperar a un análisis mucho más reposado de la situación.
Por su parte, Podemos ha aprovechado para exigir una reforma del delito de odio en el Código Penal. CC. OO. exigió a la Comunidad de Madrid un apoyo "rotundo" al colectivo LGBTI y la deslegitimación de "los discursos homófobos" de Vox. El ministro del Interior Fernando Grande-Marlaska acusó a Vox de "jugar al límite".
Aún hay más. El líder de Más Madrid, Íñigo Errejón, calificó de cacería las agresiones homófobas y llamó a manifestarse ante "la ola reaccionaria de odio". Diversas asociaciones de activistas LGBTI convocaron manifestaciones de repulsa (una de ellas reunió a unas pocas docenas de adolescentes este miércoles en Sol a pesar de que la mentira había sido ya confirmada por su propio responsable).
Y Javier Ortega Smith, de Vox, vinculó la agresión a la inmigración ilegal.
Demagogia y alarmismo
Lo grave no es tanto la mentira que originó el torbellino político y social posterior como el hecho de que esta fuera utilizada por varios líderes políticos y mediáticos para arrimar el ascua a la sardina de su relato. Un relato en el que lo de menos era la violencia en sí, el qué, y lo de más, el quién. Es decir, cómo utilizar el supuesto delito para satanizar al contrario.
Hasta hace relativamente poco tiempo, estas tácticas, las de la tergiversación, la demagogia, la exageración y el alarmismo, eran privativas del populismo. Pero estas han acabado infectando a toda la sociedad y ahora ya no sale gratis pedir que se espere al resultado de una investigación para sacar conclusiones. El que lo hace es acusado de blanqueador de la homofobia o, directamente, de cómplice de la ultraderecha.
Mención aparte para el hecho de que la noticia fuera filtrada a los medios a pesar de que la denuncia carecía de pruebas y en un momento en el que la Policía ni siquiera había empezado a investigar los hechos. ¿Quién filtró los hechos y con qué intención? A eso debería dar respuesta inmediata Marlaska, que ayer calificaba la mentira de "anécdota" en La Sexta. Sólo 24 horas antes había dicho lo contrario.
Maquiavelismo, no inocencia
Los delitos de odio y las agresiones homófobas existen en España y eso es una realidad incontestable. Que estas hayan crecido, si es que lo han hecho, por un incremento de la intolerancia respecto a la comunidad LGTBI y no por otros motivos es, sin embargo, materia de debate.
Una sociedad madura, políticamente sana e inteligentemente prudente no se habría dejado llevar tan fácilmente por un torbellino de disparates como este. Han fallado todos los controles, las alarmas y las válvulas de seguridad. Y no precisamente por inocencia, sino por lo contrario: por maquiavelismo.
El daño generado ha sido inmenso y el resultado, más polarización y más desconfianza social. Que la burda mentira de un joven que le intenta ocultar una relación a su pareja habitual haya dejado en evidencia a las elites políticas, culturales y mediáticas españolas no dice nada bueno de estas. La democracia necesita la pausa, la madurez y el escepticismo de un adulto, no el caos, la inconsistencia y el desgobierno de una turba de adolescentes a la búsqueda de atención mediática.