Moncloa ha celebrado el resultado del primer encuentro de la mesa de diálogo entre el Gobierno nacional y el autonómico catalán. Una mesa de diálogo a la que ambos participantes acuden con objetivos dispares. Mientras el Ejecutivo, o al menos la parte socialista de este, pretende recuperar con ella la normalidad institucional, el independentismo (y Podemos) busca un referéndum de independencia pactado y la amnistía para los líderes del procés.
Bastó con observar el gesto de Pedro Sánchez tras su visita al Palacio de la Generalidad para comprobar que si ha habido alguien que puede presumir de haber amortizado su presencia en la mesa de diálogo, ese es él. El presidente ha aplicado al independentismo la vieja máxima del "divide y vencerás" y el resultado ha sido, efectivamente, la división del indepentismo y la victoria de Sánchez.
Si algo ha quedado claro, más allá de la opinión que se tenga de la propia existencia de una mesa de diálogo en la que se plantean objetivos inconstitucionales y que de consumarse atacarían de forma grave los derechos de los ciudadanos españoles, es que Sánchez tiene motivos para esa satisfacción. Como han afirmado fuentes de la Moncloa a EL ESPAÑOL, el independentismo está hoy "desarmado".
Desarmado, sí. Y también dividido, frustrado y sin mayor esperanza de conseguir algún día su ansiado referéndum de independencia. Prueba de ello es la desmovilización del separatismo, el fracaso de asistencia de la pasada Diada y el desconcierto de JxCAT, que lanzó pocas horas antes de la reunión de la mesa un órdago que no pudo sostener por falta de fuerza política, institucional y social real.
En vía muerta
El procés está en vía muerta. Es cierto que el separatismo ya había sido derrotado por la realidad (la cárcel tuvo un evidente efecto pedagógico entre sus líderes, y la prueba es ese Roger Torrent que, como presidente del Parlamento, no se atrevió jamás a cruzar la raya de la legalidad como sí había hecho su predecesora Carme Forcadell).
Pero también es cierto que la mesa de diálogo es una nueva prueba de la impotencia de un separatismo cuya mayor arma hoy, esgrimida una y otra vez por Gabriel Rufián, es la amenaza de no aprobarle los Presupuestos al Gobierno.
A esta victoria del Estado cabe añadir una segunda. La rapidez con la que Pere Aragonès, que recibió al presidente del Gobierno con lo que parecía el simulacro regional de una recepción con honores de Estado, ha asumido los argumentos de Sánchez. Y entre ellos, el de que el diálogo no debe tener plazos. Una afirmación que es anatema para el sector hiperventilado del secesionismo catalán y que ERC defiende ahora con la fe del converso al autonomismo.
Más allá de los gestos, provocadores pero inanes (como el de retirar la bandera española cuando hablaban los representantes independentistas frente a la prensa), queda la realidad.
Y la realidad es que el Gobierno no se ha comprometido a nada y que lo único que ha hecho es darle una patada adelante al cadáver del procés en una especie de magnánima concesión a ERC: ya que esta es incapaz de reconocer frente a sus votantes que la independencia no llegará jamás, Sánchez le ha concedido al menos a los más crédulos de los separatistas la fantasía de una mesa de diálogo que nace muerta.
Laberinto sin salida
Es cierto también que la mera existencia de una mesa de diálogo en la que están sobre la mesa propuestas inconstitucionales supone una cesión inaceptable del Gobierno. Como lo es que la reunión es conceptualmente absurda pues pone al mismo nivel, al menos desde un punto de vista estético, al Gobierno de la Nación y a una simple administración regional sometida jerárquicamente a este.
Pero también lo es que Sánchez puede esgrimir que el secesionismo de hoy, sin pulso político y sin proyecto para el futuro, es menos amenazador que el de 2017. Es motivo de debate si esa mansedumbre se habría dado también sin necesidad de indultar a los golpistas del procés. Pero la realidad es la que es: el Estado, y Sánchez en cuanto integrante de él, ha derrotado al separatismo.
La brecha abierta entre ERC y JxCAT, que se manifestó en su máxima expresión con la exclusión del partido de Carles Puigdemont de la mesa, es además el mejor aliado para los intereses del Gobierno. Pero no se puede pasar por alto que el proceso será largo y que quedan numerosas preguntas por responder. Entre ellas, la de qué sentido tiene una mesa de diálogo que sólo involucra a PSOE, Podemos y ERC.
La mesa de diálogo, en fin, ya ha surtido efecto. El efecto de dividir todavía más a un nacionalismo que sigue atrapado en su propio laberinto sin salida.