Pablo Casado cerró ayer la convención nacional del PP con un discurso convincente, sólido y cargado de propuestas que no sólo generó entusiasmo entre los suyos, sino que le inoculó la dosis de autoestima necesaria tras días de especulaciones y tropiezos.
Especulaciones que incidieron con especial intensidad en Isabel Díaz Ayuso como rival de Casado para afrontar el desafío de derrotar a Pedro Sánchez en las próximas generales. Algo que la presidenta de la Comunidad de Madrid se apresuró a desmentir, reiterando que su compromiso y su futuro pasan por la región.
Y tropiezos como la discutible elección del expresidente francés Nicolas Sarkozy, condenado por financiación ilegal de su campaña electoral de 2012, como faro de referencia. Hecho que resulta llamativo en un PP decidido a limpiar la imagen de corrupción que le costó, en último término, la presidencia del Gobierno a Mariano Rajoy.
O como la regañina de Paula Gómez de la Barcena, directora de la fundación Inspiring Girls, que reprochó en uno de los eventos la falta de mujeres en la primera línea popular. "Si no lo digo, reviento. Aquí hay menos representantes femeninas que en muchos consejos de administración del Ibex".
Con todo, más allá de los comentarios de mentidero y los resbalones, queda fuera de duda que Casado ha sabido sacar partido de una ceremonia perfectamente calculada. Transmitió una imagen de líder solvente y provisto de las aptitudes idóneas para devolver al centroderecha al Gobierno. Y remarcó su voluntad de bajar impuestos, derogar las leyes de la izquierda, estrechar las áreas de influencia del nacionalismo y reivindicar la Historia de España.
Buena imagen
Resulta evidente que, en términos de imagen y unidad interna, la convención nacional ha sido un éxito rotundo para Casado. En un escenario particularmente simbólico para el PP, como es la Plaza de Toros de Valencia, reunió a casi 10.000 personas. Y en el teatro de los sueños popular dio un discurso destinado a seducir a liberales, conservadores y socialdemócratas desencantados que cumplió con su principal propósito: espolear los deseos de cambio y proyectar que hay una alternativa sólida a Sánchez.
Casado, con firmeza, se adueñó del mérito de crear “una corriente de confianza y apoyo social que crece cada día”, y asumió que “la ola se está haciendo marea y llegará a las urnas en forma de mandato reformista intenso y profundo”. Tal fue su satisfacción a la conclusión del acto que su equipo, como publicamos hoy en EL ESPAÑOL, aventura que el próximo éxito se producirá en Mestalla. Lo dicen movidos por el recuerdo del histórico mitin de José María Aznar en 1996 ante más de 50.000 personas.
Dos años
Parece innegable que Casado sale reforzado de la convención. Pero el camino hasta las elecciones será largo: dos años en política pueden ser una eternidad.
La hoja de ruta pregonada en Valencia, que sirve de teaser del rearme ideológico de la formación, es, asimismo, una prometedora declaración de intenciones. Pero están por ver las fichas que Casado moverá en adelante y cuántas palabras se transformarán en hechos. ¿Remarcará su distanciamiento con Vox, como desean sus socios europeos, y pujará por el espacio centrista? ¿Mostrará altura política desde la oposición para acordar, por ejemplo, la reforma del CGPJ con el PSOE?
Sí, Casado consolidó ayer su liderazgo interno. Es un hecho. Pero ahora tiene dos años por delante para convencer a los ciudadanos de que es la opción serena, moderada y alejada de los populismos que necesita España.