El multitudinario acto de Vox, que reunió a miles de seguidores a lo largo del fin de semana en Madrid, despejó las incógnitas que pudieran existir sobre su verdadera naturaleza. El líder de la formación, Santiago Abascal, arremetió contra Naciones Unidas, contra la Unión Europea y contra grandes empresas como Amazon, y se echó a los brazos de la derecha reaccionaria que se abre paso en Europa, con Hungría y Polonia como faros de referencia.
A sus Gobiernos reservó un espacio mediático con las intervenciones telemáticas de sus primeros ministros, Viktor Orbán y Mateusz Jakub Morawieckiy, respectivamente, que dieron su bendición al proyecto y espolearon la idea de que España es “víctima del mainstream europeo”.
No son, precisamente, dos participantes sin trascendencia. Ambos países están en tela de juicio en Bruselas por su discutible respeto de la libertad sexual, del Estado de derecho y de la independencia judicial. Y la propia Polonia, sin ir más lejos, nos dejó la semana pasada una sentencia de su Tribunal Constitucional que legitima a Morawieckiy para desobedecer leyes europeas, abriendo la puerta al llamado Polexit.
Abascal, en línea con el discurso inquisidor de la derecha populista europea, prometió cerrar mezquitas, expulsar a inmigrantes sin papeles, prohibir el aborto y la eutanasia y abanderar una alternativa al “globalismo” que impulsa Naciones Unidas con la Agenda 2030.
Una estrategia, esta última, que goza de un consenso generalizado internacionalmente y que promueve el cumplimiento de los objetivos de desarrollo sostenible, como el hambre cero o el desarrollo de energías no contaminantes. Pero que, a juicio de Abascal, aspira a instaurar una estrafalaria agenda orwelliana que determina “qué debemos comer, cómo debemos comportarnos e incluso cómo debemos sentirnos” con el propósito final de hundir a las clases trabajadoras.
De manera que Vox certificó ayer que se echa al monte de su propia caricatura, con expresiones de una excentricidad inaudita y con una ampulosa teatralización de sus diferencias “infinitas” con Pablo Casado (a quien equiparó al PSOE y auguró que no llegará al Gobierno) que debería invitar a los partidos centristas a la reflexión.
Camino propio
Es innegable que el PP tendrá que lidiar, en los próximos meses, con un toro que requerirá de determinación, capote y cintura, y que se consolida en el podio de las encuestas. Hará bien Casado, reforzado tras la convención popular, en seguir su camino y asumir como propio el ejemplo del nadador, que corre el riesgo de ahogarse si mira a los lados.
Los buenos datos de estimación de voto del PP y la ampliación de la ventaja respecto a Sánchez, reflejados en el sondeo de Socio-Métrica publicada en EL ESPAÑOL, deben alentarle a mantenerse en la ruta.
Asimismo, nuestro país afronta un enorme desafío en los próximos años, con una situación económica que es una bomba de relojería y unos fondos europeos que se antojan decisivos para nuestro futuro. PP y PSOE, en este escenario, deben apostar por la centralidad y el entendimiento, navegar en la serenidad y el sosiego, y seguir el ejemplo de Alemania, donde los populismos a un bando y a otro han quedado en fuera de juego por el triunfo del sentido común y la razón.