El pésimo dato de crecimiento del PIB conocido hoy (España ha crecido sólo un 2,5% a lo largo de 2021 cuando las previsiones para final de año eran del 6,5%) debe obligar a la ministra de Economía y vicepresidenta del Gobierno, Nadia Calviño, a revisar a la baja sus previsiones macroeconómicas, que son las que guían la política económica nacional.
El motivo es evidente. La endeble cifra de crecimiento española, sumada al crecimiento de la inflación hasta un 5,5%, evidencian que el Gobierno ha diagnosticado mal al paciente y que las recetas económicas previstas en los Presupuestos Generales del Estado pueden ser no ya inútiles, sino incluso contraproducentes. Sólo una elemental prudencia evita que este editorial incluya la palabra emergencia en su título. Pero esa es la situación real en estos momentos.
También los datos aparentemente buenos de la EPA de ayer jueves enmascaran la realidad. Porque el crecimiento se produce sólo en el sector público gracias a la contratación de decenas de miles de funcionarios. Pero cientos de miles de trabajadores del sector privado continúan en ERTE y otros tantos centenares de miles de autónomos se han visto obligados a cerrar sus negocios. El dato de la EPA es, por tanto, ilusorio.
Los hogares no consumen
La economía española, que debería haber rebotado con fuerza tras la caída provocada por la epidemia de Covid, muestra un estado mucho más precario de lo que se preveía. Los hogares no están consumiendo y eso desmiente las tesis de Calviño, que apostó por la tesis de que las familias españolas gastarían de inmediato el dinero supuestamente ahorrado durante la pandemia.
Pero la incertidumbre por la situación económica y política ha frenado el consumo. La explicación es obvia. Las únicas familias que han logrado ahorrar durante la pandemia han sido las de renta alta, que son precisamente las que menos consumen.
Tampoco las empresas han tirado del crecimiento. De nuevo, la explicación es evidente. La incertidumbre en varios frentes, y a la cabeza de ellos esa reforma laboral que amenaza con hacer aún más difícil el día a día de las empresas españolas, han llevado a que el sector productivo español prefiera nadar y guardar la ropa. Quizá a la espera de un cambio de Gobierno o de un cambio de rumbo radical del actual.
Un dato relevante más. La productividad está bajando en España a pesar de que hay más gente trabajando. Un detalle que es imposible disociar de la realidad expuesta anteriormente: crecer en número de funcionarios no dinamiza la economía ni hace crecer la productividad, pero sí agiganta el pantagruélico leviatán estatal y carga más peso en un sector privado exangüe.
España está volviendo de forma brusca a las dinámicas de 2019. Es decir, a ese punto en el que la economía española, tras unos años buenos producto de las muchas reformas estructurales que se llevaron a cabo tras la crisis financiera de 2010, frenó su inercia y empezó a dar señales de agotamiento.
Ralentización de la economía
El PIB conocido hoy demuestra la ralentización de la economía y deja entrever que la recuperación económica va a ser más lenta de lo esperado. Mientras que países como Francia han recuperado ya los niveles prepandemia, en España estamos aún 6,6 puntos por debajo de los niveles de 2019.
Sorprende el hecho de que el consumo de los hogares retrocede un 0,5% trimestral. Es decir, que el empleo se recupera con fuerza como muestran los datos de la EPA conocidos ayer, pero las ventas no avanzan del mismo modo. Basta con mirar el dato de comercio minorista, que sufre un retroceso interanual del -0,1%.
Hay varios factores que pueden tener influencia. Entre ellos, los cortes en las cadenas de suministro, que mantienen bloqueadas las ventas de coches y equipos electrónicos. También el aumento de la inflación, que obliga a las familias a consumir menos.
De momento la tensión inflacionista de la electricidad aguanta bien en las industrias, pues crece un 2%. La inversión, en cambio, va mucho más lenta de lo esperado, pues crece solo un 2% por la falta de llegada de los fondos europeos.
Buen comportamiento, en cambio, de nuestras exportaciones, que crecen más que las importaciones y que nos dejan una balanza comercial positiva.
Pero no es buena señal que la economía se ralentice en un momento de aumento de la inflación. Algo que podría conducirnos a un período de estanflación (estancamiento del crecimiento, subida de precios y aumento del desempleo).