Con sus declaraciones de ayer sobre la posibilidad de que Vox entre en el Gobierno de Castilla y León, José María Aznar se ha alineado de forma clara con las tesis de Pablo Casado, que defiende trazar una línea roja frente a los populistas. Incluso si esa opción lleva a nuevas elecciones en la comunidad castellanoleonesa.
Aunque Aznar evitó contestar directamente a la pregunta de si Alfonso Fernández Mañueco debe o no pactar con Vox ("no le voy a decir lo que tiene que hacer porque ni puedo, ni debo, ni quiero"), sí deslizó una crítica nada oculta a los de Santiago Abascal relacionándolos con Marine Le Pen: "Vox está a la derecha de la derecha. No veo las ventajas para España de que la señora Le Pen estuviera en el Gobierno".
No acabo ahí la intervención de Aznar, cuyo ascendiente en el PP de Pablo Casado es muy superior al que tienen hoy Felipe González o incluso José Luis Rodríguez Zapatero en el PSOE de Pedro Sánchez.
Porque el expresidente también insistió en esos "principios" a los que hizo referencia este lunes Pablo Casado y que este presentó como incompatibles con un partido como Vox: "El PP es un partido constitucional, europeo y europeísta".
Igualdad, Europa y autonomías
"Para nosotros la igualdad no es negociable, ni la cohesión territorial, ni la integridad autonómica ni la integración en Europa" dijo el lunes Pablo Casado. Y esos tres principios (igualdad, autonomías y Europa) son, efectivamente, el núcleo de las discrepancias del PP con un Vox que defiende políticas que introducen matices (en el mejor de los casos) o enmiendas a la totalidad (en el peor) en esos tres principios.
Las palabras de Aznar tendrán la virtud de señalar el camino a todos aquellos que dentro del partido puedan albergar dudas sobre la estrategia de Pablo Casado respecto a Vox. El primero de ellos, el propio Mañueco, obviamente el que más se juega con el rechazo al pacto con Juan García-Gallardo.
Pero también a una Isabel Díaz Ayuso cuya situación, como explicábamos en el editorial de ayer, es muy distinta a la de Mañueco y a la de Casado, lo que le permite por tanto moverse en coordenadas más ambiguas respecto a Vox.
El plan de Casado
La estrategia de Casado, lo decíamos ayer, tiene riesgos. Pero con la autoridad que le confiere a este diario haberse posicionado en el pasado tan claramente contra los radicalismos de la izquierda como contra los radicalismos de la derecha, defendemos también que PP y PSOE renuncien a cualquier tipo de pacto con estas fuerzas para evitar que cunda la percepción de que el voto a estas es un voto útil.
Porque no hay nada que estimule más el voto a los populistas que la idea de que este puede servir para condicionar las políticas de PP y de PSOE y de forzarles a aplicar políticas "de verdadera derecha" o "de verdadera izquierda". Que son, por supuesto, las que esos partidos radicales definen como tales.
España ha vivido durante los dos últimos años un experimento político, el de un Gobierno de coalición con un partido extremista, apoyado externamente por fuerzas abiertamente contrarias al Estado de derecho y la monarquía constitucional, que ha dado resultados lamentables. La crispación ha alcanzado niveles inéditos en 40 años de democracia. La fragmentación del escenario político en docenas de partidos cantonalistas y con intereses contrarios al general hará pronto ingobernable este país.
Pedro Sánchez, el presidente más débil parlamentariamente de la democracia, no ha podido, o querido, o sabido, desmarcarse de sus socios. Casado tiene ahora la oportunidad de hacerlo y de demostrar que sería un presidente diferente a Sánchez. Quizá, si lo consigue, el PSOE siga su estela. No habría mejor noticia para los españoles.